El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero;
el vacuo ayer dará un mañana huero..(Antonio Machado, 1912. 'El mañana efímero', 'Campos de Castilla')
En "Ab urbe condita libri" (o las "Décadas") nos relata Tito Livio la historia que posteriormente dará origen a la expresión poner la mano en el fuego. En la Roma de mediados del siglo VI a. C., el fin de la dinastía tarquinia sobrevino con la revolución que llevó a la expulsión de su último rey, Tarquinio el Soberbio, y a la proclamación de la república, capitaneada por dos cónsules: Lucio Juno Bruto y Lucio Tarquinio Collatino (quien, aun siendo personalmente honesto, también será expulsado de Roma por su pertenencia a la familia real recién depuesta del trono). Pero Tarquinio el Soberbio no se resignó a la pérdida de su cargo en Roma y persuadió al etrusco Lars Porsena, rey de Clusium (actual Chiusi), a marchar con un ejército contra la ciudad que le había derrocado. Al acercarse los enemigos, los romanos se aseguraron el apoyo de la plebe concediéndoles la exención de ciertos tributos y se prepararon para la defensa. Finalmente, en el relato de Tito Livio, Porsena decidió dejar en paz a los romanos, enviar embajadores, pese a las protestas de Tarquinio, y retirarse. El motivo fue el asombro que le produjo el valor demostrado por Gayo Mucio y la sorpresa por la revelación de que otros cuatrocientos jóvenes en Roma estaban decididos a imitar su ejemplo.
¿Qué sucedió? Un joven romano llamado Gayo Mucio, previendo el fatal desenlace que para su ciudad podría tener el férreo asedio etrusco, decide infiltrarse en el campamento de Porsena para asesinarlo y desnivelar la balanza a favor de los sitiados. Avisando al Senado de Roma (para evitar la acusación por desertor) y debidamente ataviado como etrusco, se cuela en la tienda de Porsena y, con las prisas del momento por la posibilidad de ser capturado, descarga el golpe sobre la persona equivocada (Mucio confundió las ropas del tesorero real con las del propio rey), que es mortalmente herida con el puñal del romano clavado en el pecho. De inmediato, el agresor es apresado e interrogado. Porsena lo amenaza con ser torturado por el fuego de las antorchas que alumbran en la noche si no revela su verdadera identidad, sus intenciones, sus cómplices... En un descuido de los soldados etruscos, Mucio se zafa de sus captores y mete su mano derecha, la que falló el golpe, en los carbones encendidos de un gran brasero que estaba próximo. Mientras el fuego va consumiendo la carne de la mano, Mucio exclama una frase: "Poca cosa es el cuerpo, para quien solo aspira a la gloria". Y no solo eso, sino que confiesa a Porsena que en Roma otros cuatrocientos jóvenes con igual coraje que él han jurado dar muerte al etrusco. Una mentira del romano, pero que ante una puesta en escena tan efectista es creída por el rey y sirve como detonante para la retirada de los sitiadores.
Gayo Mucio es liberado por su muestra de valor y en Roma será conocido con el sobrenombre de Escévola (es decir, "zurdo" o también "manco") por el inestimable sacrificio de su mano derecha.
El gesto de Mucio Escévola, que se deja quemar la mano por haber errado el golpe, es puramente legendario, aunque lo relate el historiador Tito Livio. Igualmente figurado es ese poner la mano en el fuego que, de ser literal, tantas manos maltrechas habría dejado ya. No hay que engañarse: poner la mano en el fuego es sinónimo de quemársela. No hay ordalía que valga. La cuestión es si merece la pena quemársela o no, si hay un motivo glorioso para entregar ese miembro (porque ya dijo un sabio maestro galileo que es mejor perder un ojo o una mano si el final es un lugar de gloria) o si no existe nada digno de tamaño sacrificio. Y esa duda es lo inquietante.
Se acumulan decepciones, se pierde equipaje de valores, se gana desconfianza, desilusión, desencanto. Tantas veces se ha sufrido la quemazón del desengaño... Fuego que provoca incendios, que consume voluntades y abrasa esperanzas. Y si se habla de Roma, podemos hablar también de nuestra Roma particular, de lo que tenemos más cerca. Será como dice Machado, que esta España solo embiste cuando (al fin) se digna a usar la cabeza. Queda tanto camino por recorrer, tantas cosas que aprender, tanta siembra que todavía espera la estación.
Pero.
Por otra parte, una estirpe de audaces, un linaje de héroes cotidianos que no se dejan abatir por frustraciones, que no escarmientan en la desesperación, todavía tienen manos que poner en el fuego. Ellos mismos son como el fuego y no temen quemarse. Fuego versus fuego, fundiéndose con un estremecimiento.
Su vida es pasión, inmune al desaliento.
Y la pasión se hizo fuego y habitó entre nosotros.
Su vida es pasión, inmune al desaliento.
Y la pasión se hizo fuego y habitó entre nosotros.