{ UNO }
El exprimidor deja caer las últimas gotas de zumo y Eloísa tira la cáscara del pomelo en el cubo de la basura. Raúl se asoma por la ventana, hincha sus pulmones con una bocanada fresca y detiene su vista en los reflejos de los charcos de lluvia que en la noche anterior se han formado en el suelo de la plaza. Con la palma de su mano, Eloísa hace desfilar en el armario tres o cuatro vestidos, sin acabar de decidirse por ninguno de ellos. Un último vistazo a los papeles sobre la mesa de trabajo y Raúl mete los informes que necesita en una carpeta desgastada. Mientras Eloísa se maquilla frente al espejo del cuarto de baño, todavía un poco empañado por el vapor de la ducha caliente, sigue pensando en que debería cambiar esa bombilla que no deja de parpadear. Raúl se calza unos zapatos apropiados para la lluvia, luego se coloca una bufanda al cuello, se pone un abrigo y se echa el bolso bandolera cruzándolo sobre el hombro izquierdo. Eloísa coge un pequeño bolso que dejó sobre la mesilla y sale de casa. Cierra la puerta con llave, como tiene por costumbre. Raúl llega hasta la puerta de casa buscando las llaves en el bolsillo del pantalón. Cierra la puerta con llave, como tiene por costumbre.{ DOS }
Eloísa camina hasta una calle más allá del edificio en que vive, donde dejó aparcado su Peugeot blanco. Raúl sale de su portal, mira al cielo gris y comienza a caminar con paso apurado. Eloísa arranca el motor, enciende la radio, se ajusta el cinturón de seguridad, pisa el embrague y mete la primera, quita el freno de mano, mira por el retrovisor, pone el intermitente y gira el volante a la izquierda. Todo de forma automática, como una rutina que el consciente no llega a pensar. La mañana está fresca y Raúl, en su veloz marcha, distraído pisa algunos charcos mientras suelta por boca y nariz pequeñas volutas de vaho, casi transparentes, que al instante se deshilachan y desaparecen en el aire de la ciudad. Más de una vez, la cinta del bolso intenta deslizarse del hombro al cuello de Raúl, debido al rápido ritmo de zancada que lleva, y otras tantas veces ha tenido que volver a acomodarla en su sitio. Eloísa oye una emisora de radio sin escucharla y se alegra de no encontrar demasiados atascos en esta mañana. Raúl tiene que cruzar una calle. Al otro lado de la acera, el semáforo luce un hombrecito de color rojo y Raúl aminora el paso gradualmente hasta que se para al borde de la calzada. Posa su vista, por azar, al otro lado de la calle donde, también esperando a cruzar, una señora sujeta a un inquieto cocker y un hombre lee un periódico. Eloísa gira el volante a la derecha y, un poco más adelante, un semáforo está en ámbar. Pisa suavemente el pedal del freno hasta detenerse con el semáforo en rojo. Raúl ve que el hombrecito del semáforo es ahora verde. Pone un pie sobre el asfalto, todavía con la lentitud que le imprime la inercia. Gira su cabeza a la izquierda y se fija en un Peugeot blanco. Eloísa, que miraba sin ver el coche parado al lado del suyo, vuelve su cabeza hacia delante y ahora sí que ve a un joven de pelo castaño y ojos verdes que la está observando. Raúl mira a la conductora del coche blanco, una joven de pelo negro y ojos marrones que lo está observando. Eloísa va siguiendo al joven con un giro lentísimo de su cuello, sin apartar sus ojos de los suyos. Raúl siente que camina casi sin pasos, como si flotara, sin apartar sus ojos de los suyos. Durante eones, la cabeza de Eloísa sigue moviéndose con la parsimonia de un astro en el firmamento, en pleno ballet cósmico. Durante eones, Raúl no es consciente de que las bandas blancas y las oscuras de la calzada se siguen alternando bajo sus pies, en el cruce.
{ TRES }
Un perro roza levemente la pierna de Eloísa, quien, sacada de su ensimismamiento, mira hacia adelante y ve que el hombrecito verde ya empieza a parpadear. La bocina del coche que está detrás sobresalta a Raúl, quien, sacado de su ensimismamiento, levanta la cabeza y ve que el semáforo ya está en verde. Mete la marcha, levanta el pie del freno y sigue su camino. Eloísa gira la cabeza un poco hacia la derecha y ve alejarse a un Peugeot blanco siguiendo la calle que acaba de cruzar. Raúl desvía sus ojos para mirar por el retrovisor izquierdo cómo una mujer, detenida al lado del semáforo, parece dirigir la vista hacia él mientras su vehículo sigue avanzando por la calle.
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