escribir

/ 20 may 2016 /
Hay unas cuantas personas que, aparte de algunas dosis de admiración hacia ellas, producen en mí mismo sensaciones en apariencia contradictorias: al tiempo que hunden mi ánimo en el abismo, elevan mis aspiraciones creadoras a cotas muy elevadas. Una de esas personas a las que concedo tal poder es el pintor y escritor cubano Juan Abreu, de quien ya he hablado por aquí en otras ocasiones.
Hace unos días lo volvió a hacer. En una de las emanaciones (en concreto, la 2912) de su blog personal, Abreu intercaló con total naturalidad una frase espléndida entre otras dos que relataban sucesos tan vulgares como despertar de un mal sueño en mitad de la noche y levantarse a orinar. La frase espléndida: "Afuera el silencio de la madrugada era morado y compacto y las ramas del olivo latían". Es un tipo de frase que Abreu fabrica de manera habitual en sus párrafos, se diría que con una facilidad pasmosa, casi insultante. Y es un tipo de frase imposible para mí. A pesar de que fuera justamente eso lo que yo pretendiera decir, lo que habitara en mi pensamiento pero sin las palabras exactas, aunque me pasara horas, días, meses... tratando de elaborar una frase semejante, dudo que lo consiguiera. No con esa concisión, belleza, emoción, precisión ni plasticidad. No con la fuerza de la sinestesia, de la evocación, de la sensualidad ni de ese lirismo desnudo. Y es ahí donde arrojo la toalla a la vez que anhelo más combate.

Por qué escribir, me he preguntado tantas veces. Por qué desangrarse traspasado por palabras, lacerado por pensamientos que preñan la mente y no acaban de ser vomitados, arrollado por la impericia y sepultado por incertidumbres. Qué es lo que me impulsa a atravesar con tanta frecuencia un vasto desierto donde apenas algunas gotas contadas de creatividad se pueden ordeñar de las nubes famélicas que deja la sequía. Qué me lleva a aventurarme en el laberinto de los bloqueos mentales. Por qué, me sigo preguntando.

Empero, la respuesta es sencilla. Porque me gusta en extremo. Porque no hay parto sin dolor, igual que tampoco hay alumbramiento en que la visión del rostro de la criatura recién aparecida no haya compensado con creces el trance pasado. Porque no se conoce ni existe un sucedáneo que iguale el placer del papel, de la tinta, de la palabra, letra a letra. Porque la emoción se desborda, impetuosa, y ¿quién la puede contener? Porque no elegí que en mi interior habitara este monstruo voraz que debo seguir alimentando, un monstruo ansioso de creación y que se regocija con la inmensa belleza modelándose alrededor.
Por todo esto sigo intentando. Prosigo, mal que bien, componiendo ritmos, sonoridades, añoranzas, ecos y prosas. Porque los que sí saben me empujan con sus palabras, aunque antes me hayan arrastrado por el barro.


1 comentarios:

{ H } on: 21 de mayo de 2016, 1:03 dijo...

y al terminar de leer el post..........me ha venido a la mente Nietzsche.......Yo no refuto los ideales, ante ellos, simplemente, me pongo los guantes.....y yo añado que ante algunas personas me quito el sombrero.

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