"La travesía real del descubrimiento no consiste en transitar paisajes nuevos sino en poseer nuevos ojos".
Marcel Proust, 1871-1922
No recuerdo cuándo fue la primera vez que tuve en mis manos un cubo de rubik, ese juego del hexaedro de las caras de colores. Por los flashes que me quedan en la memoria, los aromas de los tiempos pasados y algún que otro hito de esos que se anclan en el camino por quién sabe qué capricho, diría que mi edad estaba entre las que ahora tienen mi sobrina y mi sobrino, los hijos de mi hermana. Tampoco sé dónde acabó aquel cubo que fue mío, si se extravió en alguna de las muchas mudanzas que también han salpicado ese camino. En cada mudanza siempre se pierde algo. En fin. Lo que sí sé es que nunca jamás pasé de completar una cara con su "corona" y ahí me quedé. Los algoritmos para resolver el resto del cubo eran como jeroglíficos indescifrables con los que nunca me puse en serio. Bueno, ni en serio ni en broma.
Las últimas navidades, mis sobrinos me hicieron cuatro regalos. Uno fue su constante cariño, simpatía, alegría y jolgorio. Con este regalo ya sería el tío más feliz del mundo. Empero, en su inmensa generosidad, añadieron otros dos y, sin saberlo, uno más. El segundo regalo fue un cubo de rubik. Volvía a ser propietario de uno de esos artefactos de colorines. El tercer regalo fue el conocimiento necesario para poder resolverlo. Ellos se encargaron de que no me faltaran las clases necesarias para conseguirlo. Sumando su cariño, su simpatía, su alegría y su jolgorio, no fue difícil. Y por fin, por primera vez en mi vida, conseguí superar ese reto.
En Nochebuena, mi sobrina resolvió delante de mis narices un cubo de 3x3 en menos de un minuto, además de otro de 2x2 y una pirámide (del mismo sistema), los tres en casi dos minutos. Dicen que mal maestro es aquel que no consigue que lo superen sus alumnos, pero yo he descargado de esa responsabilidad a mi sobrina. También hay malos alumnos. Y por más que ella se ha esforzado en enseñarme la técnica del speedcubing, me he conformado con resolverlo a una velocidad razonable. Mi mejor tiempo está en poco menos de tres minutos y me parece que ahí se va a quedar.
¿Y el cuarto regalo? Un descubrimiento práctico. Algo que solo conocía en teoría, porque no he sido padre, algo que escucho comentar a otros padres.
Es el venturoso descubrimiento que se experimenta cuando se ve plegar sobre sí mismo el camino de la vida. Regresar a las antiguas ubicaciones, a pasados intentos, para volver a recorrer la senda con la sabiduría añadida por la presencia de los nuevos asociados, esas personitas tan entrañables.
Es el venturoso descubrimiento que se experimenta cuando por fin se comprende que para seguir creciendo primero hay que volver a hacerse pequeño.
Y este fue el mejor regalo de los cuatro.
1 comentarios:
Bendita infancia....tengo a mi hija......intentando batir record.....jajajaja.....lo tiene difícil....pero aqui la tengo....dale que te pego...
Un besote
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