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la mar océana

/ 11 ago 2021 /

Yo, que soy andar, me anclé al azul
de tu mirar, sintiendo paz.
Me das el mar de tu mirada.

(Presuntos implicados,
"Me das el mar")


Contemplar al Gran Azul es contemplarse a uno mismo, mirarse a los ojos, mirarse a las entrañas. Es soñar un sueño lúcido, es indagar en los mil y un misterios, es sembrar en el campo de estrellas líquidas, en el cielo que no se puede pisar. Es acunarse en el nido de todas las aves marinas. Es ver un pasado y un futuro fluctuando en un mismo presente, es recorrer los rumbos que los vientos trazan en una orografía maleable, es imaginar montañas blandas coronadas de nubes espumosas. Es sentir la fragancia de todos los tonos de azul, es volver a ser otra vez el niño travieso que garabatea las paredes y pinta ahora el abismo con salitre, es convertirse en orfebre que atesora turquesas y lapislázulis, índigo, cobalto y esmeraldas, topacios, zafiros y aguamarinas, azuritas, turmalinas, ágatas y diamantes. Es honrar las incontables tumbas sin flores de los incontables aventureros que sucumbieron a su abrazo gélido, encadenados ahora por las algas y hermanados con los peces y los monstruos marinos. Es volar sin alas más allá del finis terrae, es seguir viendo con los ojos cerrados, es fundirse con la oscuridad más luminosa y más bella que han producido el agua y la sal, es reconocer la vida en lo inerte, es fundirse en el infinito.
Es la mar océana.


insatisfacción

/ 10 ago 2017 /
I can't get no satisfaction,
'cause I try and I try and I try and I try,
I can't get no.
The Rolling Stones, "Satisfaction", 1965.

Hace cuatro días, Elliott Smith habría cumplido 48 años. Era cuatro días más viejo que yo, hasta el otoño del año 2003 en que se le terminó la vida.
A Elliott Smith lo conocí por sus canciones en la BSO de Good Will Hunting ("El indomable Will Hunting", en la versión española). El director Gus Van Sant pidió a Smith participar en la parte musical de la película con unos cuantos temas: Between the bars, Angeles, Say yes y, por supuesto, Miss Misery, que suena durante los créditos finales y que fue nominada a los Óscar en la categoría de mejor canción original. Era el año 1997.
No sabría cómo describir lo (poco) que sé de Elliott Smith, qué adjetivos se le ajustarían mejor. Quizás atormentado, como se lo ve en el propio videoclip de Miss Misery, traje blanco, camisa verde pastel que deja ver una camiseta negra debajo, clavel rosado en el ojal de la solapa, con gafas de sol y transitando las calles mientras es seguido por un policía de tráfico. Quizás extrañamente sereno e intimista, como sus canciones, susurradas en corta distancia y directas a la piel. Quizás dominado por mareas, por adicciones y depresiones. Quizás insatisfecho. La insatisfacción, el sello de las personas que sienten del modo más intenso. El sello con el que no me cuesta identificarme.

Pensaba hoy que, si bien la insatisfacción puede resultar muy fastidiosa, no deja de ser el gran motor de los cambios más trascendentales. Es la carencia de aliento bajo el agua, el impuso para emerger y atrapar una bocanada de aire. Es la vida negando una vez más lo que debe lograrse con desempeño.
Pensaba hoy que no tendré las dádivas que más anhelo. Solo más insatisfacción. Me veo diciéndole a la vida, como le dijo Susan Alexander a Charles Foster Kane, encarcelada en la lujosa Xanadu: "Nunca me has concedido nada que deseara de verdad". Pero no lo diré. Al menos, me has concedido la insatisfacción para poder reinventarme. Ya es el tiempo.
Say yes.


domesticación

/ 12 ago 2015 /
Soy lo más complejo que has conseguido simplificar (...) Soy lo más disperso que has conseguido cuantificar (...) Soy lo más violento que has conseguido dulcificar (...)
- Luis Felipe Barrio, "El que te come las magdalenas"

Pero si ya te lo dice la misma palabra. Procede de domus.
Domesticar: convertir lo salvaje en algo o alguien apropiado para el domus, que encaje en el domus. Es decir, en la casa, en lo hogareño. O, dicho de otra forma, lo familiar, lo civilizado, la vida en sociedad, la buena educación, las buenas maneras, las sanas costumbres, la diplomacia, el rostro sonriente (y es suficiente con la mueca de la boca, he visto que no hace falta ser auténtico con los ojos), el apretón de manos, la palmada en la espalda, el respeto a lo pactado, la conveniencia y la convivencia. Asentir, comportarse, ser cordial, abandonar el salvajismo, claudicar de la ferocidad, salirse de lo agreste, terminar con la forma más íntegra de libertad, enfocar y desenfocar las hebras de la empatía.
Tal como yo lo veo, domesticar es: atar con cuerdas invisibles, encerrar en jaulas de barrotes transparentes, colocar grilletes intangibles (pero reales). Pavimentar, deforestar, esquilmar, administrar, asfaltar, urbanizar, cribar, filtrar, depurar, destilar, explotar, mercantilizar, colonizar, progresar, gobernar, constreñir... Etcétera.

No entiendes que soy de una especie de esas que mueren en cautividad, que no he sido hecho para engranar las cosas de este mundo ni para engranarme en ellas. Que, por cierto, me importan un pimiento las cosas de este mundo. Que, en realidad, soy un salvaje, un ser ingobernable, un animal indómito galopando desbocado, sin encontrar acomodo siquiera en lo recóndito de la selva. Inabordable incluso para mí mismo.
Créeme, no lo digo para demostrarte las excelencias de la vida salvaje. Nada de eso, no hay tales excelencias en el salvajismo. Eso son mitos de inconformistas, de soñadores fatuos, que intentan encontrar sus justificaciones. No las hay. Es otra forma más de sobrevivir y no hay que justificarse por eso. Yo no sé si quería esto, no sé si lo elegí en algún momento. No sé qué empezó siendo salvaje en mí ni cuándo, si fue mi carne o si fueron mis ideas o si fueron mis emociones o mis sentimientos o qué. Lo son mis recuerdos. Sé que salí salvaje, me crié salvaje y me parece que moriré salvaje. No en un domus, no entre los domesticados.
Olvídate. No seré lo más salvaje que hayas conseguido domesticar.


 
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