horizonte

/ 10 ago 2019 /
   - Echo de menos a mi padre. Lo echo tanto de menos...
   - Lo sé.
   - Cuando era pequeño, pasábamos los veranos en la península del norte. Y siempre llegábamos a la cabaña ya entrada la noche. Todo estaba muy oscuro. En medio del bosque, yo no podía ver nada más allá de las luces del coche, pero siempre me sentí seguro porque mi padre iba conduciendo. Era como una especie de superhéroe. Lo veía todo en la oscuridad... Y ahora se ha ido y está todo oscuro. No veo hacia dónde voy. No veo nada.

(conversación entre Marshall y Ted, HIMYM)

Los mapas están llenos de líneas. Rara vez se corresponden con la realidad en el territorio, aunque no pretenden ser más que idealizaciones de conceptos o esquemáticas representaciones de algunas cosas reales. Es el lenguaje de la cartografía. En ocasiones, me he movido por encima de un meridiano o de un paralelo sin llegar a pisarlo, ni siquiera llegar a verlo. Está ahí sin estar ahí. También he intuido las líneas de nivel en las montañas o he admirado sobre el terreno la impresionante riqueza de una ribera o de un litoral, que en el mapa era tan solo una línea poco expresiva para separar las tierras de las aguas. Un rectángulo, igual a otro rectángulo idéntico situado al lado del anterior, puede ser una maravillosa arquitectura próxima a otro edificio anodino. En los mapas pasan estas cosas. En los mapas, sin embargo, nunca aparecerá la línea más sugerente que sí se puede ver en el territorio: la línea del horizonte.

El horizonte es la línea más subjetiva que se dibuja en el territorio. La más personal, la más inquieta y, a la vez, también la más apacible. Su misterio radica en que puede incitar tanto a la aventura como a la contemplación, en que une tanto como separa o en que no se sabe si está hecho de espacio o de tiempo (aunque en realidad estos dos son aspectos de la misma cosa). Si caminas, camina contigo. Si subes, sube, y si bajas, también baja. Te acompaña mientras señala tus límites. Es la línea de la utopía y es una máquina del tiempo que, cuando avanzas, te descubre el futuro, igual que si fuera una línea de presente, entre lo pasado y lo que está por suceder, barriendo los tiempos del caminante según el designio de este. Si retrocedes, oculta lo que fue revelado, en una especie de retorno al pasado. Aunque creo que este concepto depende de un factor cultural. Me explico. Leía hace unos días en un artículo que, aunque en nuestra cultura parece evidente que el pasado está detrás y el futuro delante, no es así en todas las culturas. Para los aimaras de Sudamérica, por ejemplo, es justo al revés. En la lengua aimara la palabra nayra significa "pasado" y también significa "al frente". Y la palabra quipa significa "futuro" y también se utiliza para decir "lo que está atrás". Los aimaras cuentan que el pasado está delante porque es lo único que han visto los ojos. Al contrario que el futuro, que es desconocido por estar a la espalda, donde los ojos no ven. Así, para los aimaras el tiempo transcurre como si caminaran marcha atrás y de esa manera el futuro que estaba a sus espaldas se va revelando y se convierte progresivamente en pasado, a plena vista.
Esto me hace pensar en que, tal como me estaba imaginando la cuestión temporal de la frontera de visión, los aimaras serían su propio horizonte en ese caminar marcha atrás. Pero la línea del territorio vital terminaría por ocultar lo que estaba a la vista a medida que se va avanzando (o retrocediendo, según se entienda) en un borrado del pasado, un desaprendizaje, una desmemoria de lo vivido. Y tampoco me parece muy alejado de lo que sucede en la realidad. Ay, aquellos tiempos olvidados, olvidados detrás del lejano horizonte...

En fin. Seguro que has conocido días en que ni sabías dónde estaba el horizonte, días de nieblas y de atmósferas nebulosas, días de noche sin estrellas, días de oscuridad y penumbra. Has conocido días en que el horizonte ha estado tan cerca como la distancia a la que llegaba tu aliento. Seguro que has vivido días en que el futuro era solo la búsqueda del futuro, tan difuso y tan extraviado que solo quedaba caminar.
Y estoy seguro de que en esos días no pensabas en tu perfecto caminar (o llámalo madurez o como quieras), mientras transitabas sus senderos. No lo pensabas, porque solo veías tus pasos temblorosos y abrumados por la incertidumbre. Pero la perfección al caminar es algo así de sencillo: perseguir la utopía del horizonte, como se persigue el arcoíris para conseguir la olla de oro que algún leprechaun descuidado guardó a sus pies. Ves el arco posado en una colina y vas a por él. Te encaminas hacia allí para descubrir que cuando llegas a la colina ya no está allí, está más allá, apoyado sobre esa otra loma. Y sigues y sigues. Y te llevas contigo el horizonte, que es tu presente, tu único momento y tu frontera, la línea voluble que sigue el rastro de tus días venideros.
Eso es tener una vida perfecta. Seguir tu camino, no detenerte, mientras persigues el futuro de tus mejores sueños.
Continúa. Y que los vientos te sean propicios.


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