cenizas

/ 10 ago 2016 /
La materia y la energía ni se crean ni se destruyen, solo se transforman. Esta es la ley. La ley de conservación, quiero decir. Y como todas las leyes naturales (que no las de los humanos, tan arbitrarias ellas) es ineluctable. Así se las gasta la Termodinámica.
No es algo en lo que piense a menudo, como tal, aunque sí es lo que subyace en tantas ocasiones en que, contemplando el presente, me apetece dar unos pasos adelante o atrás, reviviendo algún tiempo pasado o imaginando algún posible futuro. Es entonces cuando más se notan los efectos de la ley.

El trasiego constante de materias y energías puede revestir de una especie de magia a los lugares ordinarios. En realidad, todos los lugares son ordinarios. Es solo que en algún instante dejan de serlo para alguien, ya sea para una única persona o para muchas, porque alguna esencia anidó en ellos durante un lapso. Y aunque emigre (¡es la ley!) a otros tiempos y otros espacios una buena parte de la cosa que imprimió su sello ahí, quizás algún residuo permanezca por tiempo indefinido. Es la mística de ciertos lugares.
Aquí nos dimos el primer beso. En este lugar asistí al mejor concierto que recuerdo. Ahí está el hospital donde nací. Hay un camino en el valle en el que encuentro paz cada vez que lo recorro. La casa de mis abuelos. El pueblo de mi infancia. El paisaje de mis nostalgias...
A veces, las permanencias son tenues y las transformaciones cíclicas. En una playa en verano encuentro bosques de sombrillas que cubren un vasto tapiz de toallas y habitados por una población heterogénea de jugadores de pelota, lectores, bañistas, constructores de las arenas, jinetes de las olas, comunidades gregarias o individuos aislados, charlas, risas, músicas... Y cuando visito la misma playa en invierno ya no hay bullicio ni reflejos dorados ni aguas azules ni rostros próximos. Apenas hay un silencio solo quebrado por la brisa desapacible que azota la cara y el rítmico vaivén y crujir de la espuma en la orilla de un mar adusto y gris. Quizás alguien que pasea aquí o allá, pero ahora el espacio entre las personas parece una inmensidad. Pese a todo, volverán las sombrillas y los lectores y los jinetes de las olas y los prados de toallas, cual ave fénix que resurge de sus cenizas y que también se transforma.

Los lugares cambian y lo mismo sucede con los días. Pasa un día anodino y deja su lugar a otro diferente, contagiado por alguna transformación de materias y energías.
Hoy recibiré llamadas de casa de mis padres, de la familia, de algunos amigos. Me enviarán mensajes, me contarán cosas, me harán llegar buenos deseos, también amores, cariños, besos y abrazos, incluso alguien llegue a proponerme algún plan, quién sabe. Intentarán que el día sea distinto y lo lograrán, al menos para mí, porque habrán recordado de alguna manera que la materia y la energía ni se crean ni se destruyen, solo se transforman.
Y como sucede con las playas cuando agoniza septiembre, tras el cumpleaños recogeré las cenizas de todas estas cosas para sembrarlas en el día que venga después.


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