septiembre

/ 1 sept 2016 /
Si dijera que septiembre ha irrumpido de forma inesperada en la supuesta decadencia del verano, podría parecer un disparate. El principal motivo es que, como cada temporada, septiembre empieza precisamente en la supuesta decadencia del verano, y esa costumbre inveterada es la que elimina el efecto sorpresa. El calendario ya anuncia al principio del año en qué momento comenzará septiembre.
Pero. Una cosa es saber y otra cosa es darse cuenta. Cuando los días se van sucediendo unos tras otros a toda prisa hasta convertirse en una cosa amorfa de partes indistinguibles, la hendidura que separa agosto de septiembre desaparece en la corta distancia. En el calendario estaba marcado, la mente estaba preparada, los planes estaban hechos, las agendas trazadas, las tareas anticipadas. Empero, los mismos calores, la misma extensión de los días, las mismas horas para el crepúsculo. Sigue el verano. Septiembre será el caballo sobre el que cabalgarán dos jinetes, verano y otoño, dándose relevo en la trepidante carrera del tiempo.

Hace años que septiembre es mi mes favorito. Quizás porque aprecio mucho la paz y no hay otro periodo en todo el año en que la disfrute tanto. Esto a priori. Luego acaban sucediendo eventos que niegan esta norma. Lo que no cambia es mi anhelo de paz estos días señalados y mi esperanza de encontrarla en ellos. No sé por qué, pero lo siento así.

En este primer día volví a mantener la tradición, aunque fuera por casualidad, de escuchar la canción de Green Day que dice que me despiertes cuando termine septiembre. Y espero que sea así, que no me despiertes hasta entonces, que me dejes soñar un poco más antes de que se asienten de nuevo las rutinas, la estación de las lluvias y de los días con poca luz. Despiértame solo cuando se haya consumido el sueño, cuando haya terminado de atravesar la purificadora laguna de la serenidad.


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