No te imaginas, estimada imagen en el espejo, lo difícil que se hace en demasiadas ocasiones ser el que te está hablando. No ahora, contigo, encajado en ese plano virtual en el que habitas. Un lugar donde puedo estar algo más desinhibido.
Empero, en este otro lado, el de la realidad desnuda, vive el ser tímido, reservado, cuasimisántropo. Quienes no me conocen bien no suelen creerme. Ni comprenden ni lo toman en serio. Tengo que insistir un poco (y nunca más que un poco) para tratar de convencer de que es así, ¡con lo mal que lo paso cuando tengo que insistir!
Y me rebelo (para mis adentros, claro): ¿Convencer de qué? ¿Están cegatos? ¡Si se me nota a leguas!
Ponerse colorado y pálido al mismo tiempo, quedarse mudo, desviar la mirada, el terror anudado en las tripas, sudores fríos, encogerse, enterrarse, querer desaparecer... ¿Es esto lo que hace alguien resuelto? No me lo parece.
Pienso, estimada imagen en el espejo (y deja de mirarme así, por favor, que ya me estás poniendo nervioso), que mi vida sería más sencilla si no llevara esa carga encima de los hombros o encima de donde sea que se lleva. En la cabeza, en los intestinos, en el corazón, en las manos, en los pies...
Aunque también pienso, oh reflejo, que sin esa carga ya no sería yo mismo, ¡qué distinto todo el mundo al cambiar solo yo!, y entonces nada tendría el mismo sentido.
Para empezar, no estaría hablando contigo.
Para continuar, no soportarías mi arrogancia.
Para terminar... no me importaría cómo terminar.
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