Ioannes

/ 21 jun 2016 /
"La humildad no es pensar menos de ti mismo. Es pensar menos en ti mismo".
C. S. Lewis, 1898-1963

Cuando cualquier grupo de personas se apropia de una creencia, filosofía, religión o ideología, con la aspiración de alcanzar mediante ellas ciertas cotas de poder que permitan a este grupo imponer esas ideas sobre otros grupos, entonces ya la tenemos liada. Luego, todas las ideologías son malas, todas las religiones son una abominación, todas las creencias son perversas, etcétera. No se dice eso de las personas que usan y abusan de las ideas, sino que se le atribuye esa maldad a las propias ideas, sean buenas o malas.
En fin.

Con el cristianismo, por supuesto, ha pasado otro tanto. Cuando hubo quien se dio cuenta de lo mucho que podría aprovecharse de ese camino para allanar (2ª acepción del DRAE) el suyo propio y allanar (5ª acepción del DRAE) el de los demás, no dudó ni un instante. Luego viene el juego de los sincretismos, claro. No puedes hacer que otras personas que han sido paganas toda su vida, de la noche a la mañana se hagan fervientes cristianas. Mi madre nos hacía comer las verduras, pero nos acostumbraba triturándolas en puré. Para disimular cosas. Pues con esto es igual. ¿Has adorado desde siempre a docenas de diosas? Ahora serán vírgenes. ¿Y qué pasa con los dioses? Ahora serán santos. Un lavado de cara, un cambio de nombre y como si nada. Tú crees que sigues adorando a la diosa Mengana de las cosechas, aunque ahora se la llama Nuestra Señora de no-sé-cuántos, y ya te irás acostumbrando. Y lo mismo con las fiestas. ¿Has celebrado los solsticios y sus rituales del sol, la noche, las estaciones, la luz y todo eso? Bueno, pues ahora serán la Nochebuena y la noche de San Juan, y diremos que es cuando nacieron Jesús de Nazaret y Juan el bautista, dos grandes personajes (además eran primos) que se llevaban unos 6 meses de vida. Aunque en realidad es muy posible que Jesús naciera en medio de la primavera o del verano, pero que esa realidad no te estropee un buen montaje. Alguien me dirá que hoy en día la navidad ya no coincide exactamente con el solsticio de invierno, hay varios días de diferencia. Cierto. Ahora. Sí que coincidía cuando se dio el cambiazo. Pero con la precesión de los equinoccios, ahí van esos días de diferencia.

No más rollo. Lo que quería decir es que, pese a todo, y ahora que está aquí la noche de San Juan, me apetecía dedicar unos minutos a la memoria de este hombre, Juan el bautista. Según el relato de los Evangelios, tenía pintas estrafalarias, solo una apariencia por fuera, porque en su interior era todo lo contrario. Un hombre con una gran misión: anunciar al mayor maestro que conocieron los tiempos. Jesús mismo dijo de Juan que nunca hubo otro hombre como él. Reprochó a algunos de sus contemporáneos el desprecio con el que lo contemplaban: "¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? (...) Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta". Era un mensajero que preparaba el camino de otro.

Caramba, y esta es la parte asombrosa. Un mensajero, un personaje "secundario". Sin embargo, Juan se había hecho ya un nombre, una reputación, fama, seguidores, discípulos... Sucedió que cuando aquel a quien anunciaba apareció en escena, los seguidores de Juan mostraron cierto recelo. Eh, que nos desmonta el chiringuito, me los imagino decir. A pesar de todo, Juan está feliz. Les dice: "El que tiene a la esposa es el esposo. Pero el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se alegra muchísimo a causa de su voz. Y así, esta alegría que tengo se está cumpliendo". A los más lentos para pillar las cosas, a los que tardan en comprender que la tarea de un mensajero no es la de ser el protagonista, les añade algo más: "A él le conviene crecer, y a mí, en cambio, menguar". Y les pide a sus discípulos que ya no lo sigan a él, sino a quien ha estado anunciando todo ese tiempo.

Y esta aceptación de lo que conviene, de asumir el papel secundario, fuera de los focos y los aplausos, este gesto de auténtica humildad, es lo que me parece la mayor muestra de grandeza.


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