huella

/ 25 mar 2016 /
"Un buen caminante no deja huellas".
Lao-Tse, "Dào Dé Jīng"

Hay una parcela en mi interior, aquella donde habita lo tímido, huidizo y temeroso que soy, que quisiera vivir sin dejar huella ni recibir huella. Vivir flotando como algo incorpóreo, sin la capacidad de rozar siquiera ni de ser rozado por nadie ni nada. Vivir deshilachándose y desvaneciéndose hasta que no quedara ningún rastro ni memoria.
Las parcelas vecinas intentan que la región huraña entre en razón. Le dicen que eso no es vivir ni cosa que se le parezca. Le dicen que vivir es hollar y ser hollado. Le dicen que vivir consiste en recibir impresiones temporales o permanentes, en anidar caricias, en ser albergue de palabras y pensamientos ajenos, en sembrar las propias esencias en tierra externa, en tender las manos, en contagiar sentimientos, en apoyarse espalda contra espalda o en reposar en tu hombro o en ofrecer reposo en mi hombro. Le dicen que vivir es la emoción de la amistad, el asombro por cada compañero de viaje, el agradecimiento por todo lo que rebosa vida, la fascinación de cada obra que surge de las mentes creativas, el éxtasis del amor y su entrega incondicional.
Y le siguen diciendo.

Me conmueve tu mirada, te animas con mi sonrisa; me estremezco con tu abrazo, te confortas con mi voz.
Aplasto la hierba con mis pies al atravesar el bosque, mientras el sol curte la piel de mi rostro.


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