bullying

/ 11 feb 2016 /
Igual que sucede con las personas, que tienen una forma de venir a la existencia en dos fases (una es la concepción y la otra es el alumbramiento), también los conceptos llegan al mundo en dos fases: una primera fase es su aparición en forma de acontecimiento, invención, descubrimiento o de sencilla idea, y tras la gestación de este embrión vendría el parto, la segunda fase, que es cuando se le pone nombre. Si bien el pensamiento ya tiene una forma verbal ligada al lenguaje, es la palabra concreta que da nombre a un concepto la que lo ancla al acervo colectivo.
Supongo que eso mismo es lo que ha pasado con "bullying" o "acoso escolar". ¿Existía el acoso antes de ponerle nombre? Seguro que sí. ¿Por qué se crea entonces la etiqueta? Porque se toma conciencia de la magnitud de la cuestión y se cree conveniente dar notoriedad al suceso. La palabra sirve para ese propósito.

Me produce asombro lo mucho que ha crecido este monstruo en los últimos años. Más bien, ha mutado y ha crecido. Me parece que a nadie se le escapa aquello de las novatadas que eran costumbre casi obligatoria en tantos sitios (escuelas, academias, universidades, cuarteles...). Era una costumbre sangrante, cruel, aunque bastante tolerada. Casi institucionalizada, podría decirse, hasta que empezó a ser perseguida. De hecho, era como un requisito de aceptación de los nuevos en el seno de una comunidad que decidía no abrir sus puertas a cualquiera así como así. Una prueba convertida en una llave. Un mero trámite.
Las novatadas no eran un asunto de acoso. No se dirigían a un sujeto concreto (sino a una categoría de sujetos: los nuevos) y no eran constantes. Pasada la prueba, el grupo de los novatos iría "ascendiendo" hasta la categoría de veteranos. Esto podía ser así, aunque cabe pensar también que habría muchos episodios en que, bajo esta cobertura de tradición, se escondieran casos auténticos de acoso personal.
Y el monstruo siguió mutando.

Leía hace poco, a propósito de la noticia del suicidio de una muchacha por un tema de acoso escolar, un artículo de opinión que denunciaba la actitud de los cómplices pasivos del acoso. Son esa tropa de personajes que mientras dura el acoso a un compañero mantienen una postura de no-intervención, quizás incluso de jijí-jajá, riéndole la gracia al matón de turno, sin impedir, sin denunciar, sin decir esta boca es mía. Y luego, llegadas las consecuencias, la tragedia, la desaparición física del compañero, se suman al coro de lamentos, a la orgía de lágrimas, a la procesión de plañideras. Cuando ya nada tiene remedio para la víctima.
En ocasiones, creo que este género de los cómplices pasivos llega a ser más peligroso que los mismísimos acosadores. Y lo pienso desde la perspectiva de las propias experiencias colegiales.

En mis años de colegio no puedo decir que el tema del acoso a compañeros fuera algo candente. Nadie hablaba de eso. ¿Existía? Es muy posible que sí, en mi entorno, quiero decir, aunque en una de sus formas pre-mutantes. Por ejemplo, reconozco con vergüenza haber participado en el uso de un apodo para un compañero, apodo que a este no le hacía ninguna gracia. ¿Era acoso? Tal como se entiende ahora, de ninguna manera. Igual que le poníamos ese apodo, en ningún momento dejaba de estar presente en nuestros grupos, en nuestros juegos y en nuestras actividades, dentro y fuera del colegio. No había nada contra él. Era uno más, aceptado como cualquier otro del grupo. Solo que los chavales son (éramos) así: inmaduros, crueles y bastante tocapelotas. Y con apreciaciones algo confusas, en no pocas ocasiones, de lo correcto y lo incorrecto. En fin, hay cosas que se curan con la edad.
Sin embargo, recuerdo otra situación en que me tocó pasar por esto como "víctima" y que, sin llegar a ser acoso (porque duró un suspiro, por el motivo que explicaré), sí que se acerca más al tema de los matones de colegio. Pongo "colegio", aunque fue en el instituto. Yo tenía 14 años, creo recordar. El fulano en cuestión era de otro grupo del curso y no sé qué idea se habría hecho de mí sin conocerme de nada. El caso es que un día, en la calle, justo después de salir de clase, me amenazó con darme una paliza, citándome en un lugar a una hora de un día de esa semana. Yo no conocía al matón, intenté enterarme de quién era ese fulano agresivo que quería darme de navajazos sin saber ni el motivo. Pasé un día muy angustiado y no me atrevía a hablar del affaire con nadie. Era algo que me desquiciaba: ¿Qué hacer? No había forma de evadirse de aquello. Todo el asunto podría ser solo una bravuconada de un gallito, sin pasar a mayores. O no, y ponerse la cosa muy fea.
La solución, empero, me llegó sola. Al día siguiente, el matón estaba otra vez esperándome a la salida (se acercaba el día de la "cita-de-apalizamiento") y comenzó la sesión de insultos y amenazas. Varios compañeros estaban conmigo en ese momento. Dos de ellos, bastante más corpulentos que yo, se encararon con el matón y le espetaron un simple: "Como nos enteremos de que vuelves a molestar a nuestro amigo, te las vas a ver con nosotros". Fue, de repente, como tener guardaespaldas. Y sin haberlos contratado ni haberles dicho nada previamente. Salió de ellos así. Y eso me convirtió en intocable para el matón. Nunca más.

¿Por qué escribí antes que los cómplices pasivos llegan a ser más peligrosos que los propios acosadores? Queda claro.
Hay una frase que se atribuye a diversos personajes (aunque lo más seguro es que su autoría sea de Edmund Burke) y que dice lo siguiente: Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada.
Y esto es muy cierto en el caso del bullying, donde proliferan unos cuantos matones y un enorme montón de cómplices pasivos.


2 comentarios:

{ H } on: 12 de febrero de 2016, 4:48 dijo...

Esa frase es muy acertada,
https://youtu.be/SCkwgEduHIU

.....el acoso ha existido y existirá siempre......da igual la etiqueta que lleve,.....solo triunfa si los que tienes a tu alrededor silencian y no gritan....

{ Lucilíndala } on: 12 de febrero de 2016, 18:28 dijo...

Pues lamentablemente yo lo sufrí. Ahora, ya adulta, es curioso que los que me acosaron me tratan como de muy buen rollito, como si fuera cosa de adolescentes una broma sin maldad. El problema fue que, como decía otra acosada de mi mismo colegio, ninguno de los que sufríamos acoso por los mismos nos decidimos a unirnos y enfrentarnos a ellos. En mi colegio sí guardaban silencio, sí, lo curioso es que tuve que ponerme agresiva para cortar el problema (y decir que conocía a chicos muy malos de mi barrio, je je, que era verdad), no sé por qué los chicos ante una chica agresiva se ponen nerviosos y la dejan en paz. Quizá después las risas y las burlas fuesen a mis espaldas, no lo sé, pero en adelante al menos nadie me tosía en la cara :) quizá si pasivos observadores hubiesen hablado y actuado en mi favor no hubiese pasado de una anécdota pero bueno, ahí quedó y además me hice más fuerte :)
Un besazo

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