Para terminar 2-mil-15, porque es seguro que no volveré a escribir nada en este blog hasta el año que viene, me apetecía poner un broche sonoro. Los sonidos los tendrá que imaginar el lector, yo solo daré las descripciones.
Es asombroso el poder de los sentidos, esas avenidas que comunican la cocina interior de cada cual con el mundo exterior. Suministran los datos, ¡los únicos datos!, que la mente tiene disponibles para construir su cosmos, su propio espacio vital. En definitiva, para construirse también a sí misma. A través de los sentidos se crea, se evoca, se imagina, se navega en lo real o lo irreal, se sueña, se concibe lo posible o lo imposible. Un olor me embarca en un recuerdo, una imagen me estremece hasta los tuétanos, un sonido me abre una ventana en el tiempo, un roce me transporta a lugares remotos, un sabor despierta mis pensamientos adormecidos...
De los sonidos que intentaré describir he excluido melodías elaboradas por músicos. Canciones, sinfonías, etc. quedan fuera de lo que quiero contar en esta ocasión. Son otros sonidos más familiares, cotidianos o infrecuentes, naturales o artificiales, al margen de la actividad musical tal y como se la conoce.
Me ha parecido bien elaborar una lista, un top ten de esos sonidos. Aunque no los pongo en un orden estricto, mis preferidos están más hacia el final de la lista que hacia el principio.
- El crepitar del fuego en una chimenea.
Casi puedo sentir el calor con solo mencionar ese chisporroteo. El crujido del fuego es el ruido de fondo que ha envuelto las historias y cuentos de la Humanidad desde siempre.
- El canto de los pájaros en el bosque.
Fascinante. Un bosque es un murmullo constante. Si se le presta atención, la riqueza de sonidos llega a abrumar el oído. Sobre todos ellos, los trinos de los pájaros se convierten en los latidos de un macroorganismo verde y fresco.
- La lavadora.
He tenido que soportar muchos pitorreos cada vez que ha salido el tema en una conversación. Sí, me encanta el sonido de la lavadora. Me resulta relajante y me transporta a la infancia: merendando en la cocina con la lavadora puesta, mientras leía algún libro o algún tebeo. Con ese arrullo cobijándome.
- El rumor de los arroyos.
Un sonido refrescante como una bocanada de vida. El cuerpo es agua y tiene avidez por el agua, por su música, por su discurrir, por su caricia...
- Las olas en la playa.
Más de lo mismo, y más parecido al agua del cuerpo, al agua salada. Si un arroyo es un continuo, las olas son una cadencia, un ir y venir constante. Se roza y se lame la arena con un sonido de espuma que se filtra entre los diminutos granos.
- La lluvia.
Mi lecho es de gotas de lluvia. No elegí el nick "raindrop" por azar. Los sonidos del agua me seducen tanto... Agua que discurre, agua que viene y va, agua que riega desde el cielo, que lava los suelos, las calles, las gentes y los pensamientos con un sutil chapoteo.
- Los grillos.
La noche no es noche sin el canto de los grillos. El despliegue del lienzo de tinieblas en los cielos es un llamado al silencio de los ruidos que inundan el mundo. Y cuando por fin se hace el silencio, entre las ruinas del bullicio aparece el canto de los grillos. Y el mundo encuentra un instante de paz.
- Las campanadas en el reloj de la iglesia del pueblo.
Tengo una imagen muy concreta: sentado sobre una piedra, descansando de alguna caminata por el campo, de pronto, en medio del tenue pero persistente sonido de chicharras, llegan las campanadas de los cuartos, las medias o las horas, transportadas en el aire por la brisa desde el lejano campanario del pueblo. Un sonido dulce y viajero, que queda reverberando en la cabeza.
- El ronroneo del gato.
Cuando mi amiguito felino se tumba relajado en mi regazo y empieza a ronronear al sentir mis caricias, solo puedo decir que experimento una felicidad indescriptible. Ese sonido es para mí sinónimo de dicha, de confianza, de bienestar, de serenidad. Es un paréntesis que se abre en el tiempo hacia otra dimensión donde no existe el paso de los minutos ni los segundos.
- La risa de [K].
Iba a decir que la risa de K. me transporta a otro universo. No. La risa de K. es ese universo. Es como mil ronroneos concentrados en un suave y grato estallido de vida. Es el sonido más adictivo para los oídos que nunca he conocido. Ella nunca me cree cuando se lo digo, pero a mí no me importa. Es la verdad.
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