puerta

/ 10 ene 2016 /
En el antiguo calendario romano, el año empezaba en marzo. Eso explica los nombres de septiembre, octubre, noviembre y diciembre que, siendo en la actualidad los meses noveno, décimo, undécimo y duodécimo (respectivamente), suenan a séptimo, octavo, noveno y décimo, porque esos eran los lugares que ocupaban en el calendario que comenzaba en marzo. Por cierto, una forma muy guerrera de empezar el año. Marzo, como su nombre indica, estaba dedicado a Marte, el dios de la guerra.
Antes de la primera reforma del calendario romano, en tiempos de Numa Pompilio, el año tenía 10 meses. Empezaba en marzo y terminaba en diciembre. Los desfases entre los ciclos lunares y los estacionales obligaban a ajustes constantes. Para intentar arreglar la chapuza, se hizo esta primera reforma, aunque después de añadir un par de meses (enero y febrero) la cosa no se solucionó del todo y era preciso intercalar otros dos meses cada cuatro años. En el siglo I a.C. se implantó el calendario juliano, con 12 meses cada año, volviendo a la costumbre de comenzar el año en marzo y terminándolo en febrero. Pero también con desajustes que había que arreglar con otros meses intercalados cada cierto tiempo. La última reforma es la del calendario gregoriano, el que se tiene en la actualidad, con 12 meses al año y que comienza de nuevo con enero y termina en diciembre. Y ya sin meses intercalados. La única "anomalía" es la de los años bisiestos, en que se añade un día a febrero para compensar el desfase por la diferente duración del año trópico y del año calendario de 365 días. Bueno, también es diferente el tiempo sidéreo del tiempo solar, pero no voy a enredarme con más zarandajas que resultan farragosas.
Comenta Plutarco que fue el rey Numa Pompilio, segundo rey de Roma, después de Rómulo, quien promovió la primera reforma del calendario romano, pasando de 10 a 12 meses y colocando a enero en primer lugar, en vez de marzo. No sé si es de fiar lo que dice Plutarco, lo que sí es seguro es que desde mediados del siglo II a.C. el año, que hasta entonces había empezado en el mes de marzo, pasó a comenzar en enero.

Y esta es la parte que quería destacar. El mes de enero, Ianuarius en latín, debía su nombre a que estaba dedicado al dios Ianus (Jano). Este dios había sido un pez gordo entre los etruscos, aunque en el panteón romano no llega a la altura de los Júpiter, Juno, Minerva, Neptuno, Marte, Venus, etcétera. Ianus era el dios de las puertas, o de los portales, y por eso se le consagró el primer mes, el que abre el año, la puerta por la que van a entrar todos esos nuevos días. A este dios se lo representaba en ocasiones con dos caras unidas por la parte trasera de la cabeza, es decir, como si ambas caras miraran en direcciones opuestas. Esta "doble cara" no me sugiere hipocresía, sino la doble sensación que ofrece una puerta cuando está abierta o cuando está cerrada. Un vistazo al pasado y al futuro, direcciones opuestas, una cerrada y la otra abierta. Como curiosidad, mencionaré que en el templo de Ianus en Roma, las puertas permanecían abiertas en tiempo de guerra, para que el dios saliera a "echar una mano" en la defensa de la ciudad, mientras que en tiempo de paz esas mismas puertas permanecían cerradas.

Enero. El mes de las puertas. De las puertas abiertas y de las puertas cerradas. Las puertas cerradas al pasado, que ya nunca volverá. Las puertas abiertas a todos los propósitos y planes de futuro, que se extienden hacia adelante, hasta el horizonte de diciembre. Y vuelta a empezar.
Enero. El mes de las puertas. El mes ideal para coger todos esos asuntos que no se han resuelto y que no se piensan resolver más y darles puerta de una vez por todas.



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