En principio, uno sabe que, por más reservado que se sea, se alivian ciertas cargas al poder compartirlas con personas de confianza, en la seguridad de que la discreción está garantizada. Empero, escribió el poeta latino Décimo Junio Juvenal: Nam cítius flammam mortales ore tenebunt, quam secreta tegant (que quiere decir algo así como que para los mortales es más fácil guardar fuego en sus bocas antes que un secreto). En otras palabras, al final sucede que todo lo revelado, aunque sea a una sola persona y de mucha confianza, se acabará sabiendo. El poder de la luz sobre la oscuridad es ineluctable: un solo rayo de luz pondrá en evidencia lo que intente ocultarse en las sombras. Y si la única forma de guardar un secreto es no revelarlo a nadie, ni tan siquiera hablando en sueños a quien pudiera estar escuchando, ni tan siquiera susurrarlo al viento a merced de una oreja furtiva al acecho, entonces ¿de qué sirve tener secretos?
Superada esta etapa, cada cual se habrá hecho a la idea de que ya no hay secretos. Ahora no, ya no. Quizás algún usuario de las hebras tejidas y enmarañadas de la internet se piense todavía, en su inconsciencia o en su ingenuidad, que los trapos sucios que cuelgue de esos hilos no serán curioseados por quien menos lo imagine. Incluso pretenderá que estén blindados, protegidos por alguna ley, como lo estaban, en apariencia, esos secretos en oídos de confidentes. En fin, ya despertarán de ese sueño de seguridad. Mientras tanto, una mayoría se ha ido pasando al polo opuesto. ¿Que no puedo guardar secretos? Pues hagamos de la exhibición el modus vivendi. Y así se evolucionó hasta el homo internetensis.
Aunque hay otra cosa más que me deja un poco intranquilo. Un amigo de Juvenal, el poeta latino nacido en Calatayud, Marco Valerio Marcial, también dejó escrito lo siguiente: Ille dolet vere qui sine teste dolet (es decir: siente verdadero dolor el que lo siente sin testigos). Y eso me hace dudar de la autenticidad de cualquier despliegue sentimental y, en general, de todo lo expuesto en esa vitrina creada por el homo internetensis para exhibir sus glorias, sus logros, sus penas y sus alegrías, sus risas y sus lágrimas.
Siempre podré decir que internet me convirtió en un escéptico.
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