Los veo de día en sus carreras frenéticas, como insectos, saliendo de hormigueros, de avisperos o de tártanos. Enjambres bulliciosos suben y bajan de los transportes. Paran, chocan sus antenas y siguen. Se detienen en la rutina para emprender otra rutina, toman la dosis de cafeína, el bocado de media mañana. Y vuelven los regueros desiguales de bichos efervescentes, el desfile caótico y en manada. Completan sus tareas, sin voluntad propia, guiados por la mente superior y controladora de una reina. Una reina que piensan que han elegido, pero una reina al fin y al cabo, que los trata como súbditos, como peones útiles y desechables, de escaso valor. Ellos ponen el nervio y la sangre a su servicio, día tras día. Una reina compite con otra, una reina sucede a otra, y los insectos continúan sus trabajos, sus ocios y negocios, contra otros enjambres, contra otros hormigueros, al servicio de sus reinas. Ebullición de decibelios bajo el sol.
Luego, llega la noche y ya no veo insectos. Están en la colmena y sin embargo, ahora quietos, han dejado de comportarse como bichos. En el silencio de la noche, una vez más se hace visible el juego de luces en los edificios, que visten sus fachadas de irregulares dameros de escaques oscuros y brillantes, en diferentes intensidades. Electricidad convertida en fulgor incandescente o fluorescente, en el centelleo pálido de un televisor, en atmósfera cálida y acogedora, en espacio de estudio... Cada ventana es una página de un libro, incluso un libro completo en la biblioteca que es la ciudad. En cada página, en cada libro, se escriben con la materia del tiempo las historias silenciosas de las personas en vela. Ahí, una cena íntima, con risas, vino y palabras. Ahí, quien consigue distraerse con un programa infame para dejar de pensar en su zozobra. Ahí, el último instante previo al juego noctámbulo de los amantes que desplegarán otro velamen rumbo a Arcadia. Ahí, quien dejó para hoy lo que pudo hacer ayer. Ahí, quien no deja para mañana lo que puede hacer hoy. Ahí, quien hace planes para los días de gloria. Ahí, el paraíso de un lector empedernido. Ahí, el eterno insomne por un desamor.
Ya no veo insectos.
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