terrícolas

/ 28 oct 2015 /
Esta semana vi la película del marciano. La de Ridley Scott, con Matt Damon de protagonista.
Buena peli. Me gustó.
Aunque es una historia de ficción, las cosas que se cuentan en la ficción no tienen por qué estar muy alejadas de la realidad. Es ficción verosímil. Y no me refiero a ciertas fantasmadas típicas en las pelis. No ese tipo de cosas, sino otras más sólidas, como si fueran el terreno en que se apoya el resto de la historia.
Voy a comentar dos en concreto. Y que no cunda el pánico, no voy a destripar nada. Casi.
Una de ellas es el coraje que demuestran ciertas personas para sobrevivir, incluso cuando la supervivencia tiene que darse en las peores condiciones. Es decir, que lo mejor sería resignarse y dejarse morir, adiós, aquí termina mi viaje. Pero no. Lo que hacen es ir juntando pedacitos minúsculos de vida para construir la vida en grande. Yo no sé cómo lo consiguen, solo sé que esas personas existen en la realidad, no solo en la ficción. Si aparecen en la ficción es por lo mucho que impresionan en la realidad. La realidad siempre supera a la ficción, dicen.
La otra cosa, y esta fue la que más me estremeció, es el valor de las personas. No en el sentido de valentía, sino de valer. Y ahora me gustaría hablar no como un terrícola, sino como podría hacerlo un alienígena, asombrado por tantas contradicciones.

  --- pasando a modo alienígena... ---
Al observar a los terrícolas, es difícil comprender el auténtico concepto que tienen de sí mismos como especie. Parece que su valor se reduce de forma drástica cuando están todos juntos. Disminuye el aprecio. Disputan, se sienten molestos, amenazados. Desconfían y se aíslan sin distancias. En cambio, cuando uno de ellos se aleja del enjambre, su valor crece de forma exponencial, más y más a medida que la distancia con el resto se hace mayor, tan grande como la que puede haber entre dos planetas que orbitan un mismo sol. Si ese terrícola solitario llegara hasta otro sistema solar remoto, es posible que su valor se tornara casi infinito. No dudarán en invertir recursos y vidas para rescatar al terrícola solitario, para traerlo de vuelta a ese hogar donde todos se devalúan sin remedio. Una vez en casa, su vida pasará a ser ordinaria. Y contemplará cómo se malogran cientos, miles incluso, de otras vidas anónimas, sin que haya un sentimiento generalizado de pérdida.
Quizás por eso los terrícolas desean tanto viajar, esa forma de aventura. Alejarse de sus semejantes o al menos de sus círculos más estrechos, sentirse un poco más valiosos en la lejanía, encontrarse consigo mismos, con su valor real. Buscan ser únicos, vivir aventuras singulares, pero en realidad están unidos por un pegamento que los uniforma y eso les molesta bastante y hace sus vidas monótonas. Su existencia transcurre en ese constante ir y venir, muchas veces de forma involuntaria, por instinto, recorriendo distancias que alejan y acercan, aumentando y disminuyendo su valor.
Son muy extraños, los terrícolas.

En fin... Se va terminando el mes de octubre de 2015. En Coruña ha vuelto la estación de las lluvias, hace más frío y los días vuelven a ser cortos. La luz escasea, la oscuridad gana la partida al otoño.
Aquí somos más de doscientos mil. Y la sensación que tengo es que entre todos juntos valemos menos que si uno solo de nosotros estuviera abandonado a su suerte en las arenas rojizas del planeta Marte.


1 comentarios:

{ Holden } on: 4 de noviembre de 2015, 11:14 dijo...

Pues no creas, son dos valoraciones (nunca mejor usada esa palabra) bastante buenas. Sobretodo la segunda, y es que creo que tienes mucha razón: juntos no valemos nada. El efecto manada no solo nos impide ser mejores, si no que parece sacar lo peor de nosotros mismos. ¡Espero que los marcianos del espacio exterior no se den cuenta tan pronto!

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