color

/ 21 jul 2015 /
Hace unas semanas, el palimpsesto que viene a ser la pantalla de mi portátil me traía un vídeo de la ubicua red, un vídeo breve y sencillo pero que me dejó algunas cosas en que meditar por largo tiempo. El vídeo trataba de un invento que ha estado desarrollando cierta empresa, no recuerdo el nombre, y el relato era muy emotivo, basado en la propia experiencia de unas pocas personas. No deja indiferente. Al menos, a mí no me dejó indiferente.

No soy daltónico. He conocido a unos pocos daltónicos y mi reacción instintiva hacia el tema ha sido siempre de curiosidad. Decía en el vídeo uno de los desarrolladores del invento (que, por cierto, son unas gafas que permiten a los daltónicos percibir como distintos ciertos colores que ellos no son capaces de diferenciar) que no hay ningún problema en los nervios oculares sino que el problema está en los pigmentos fotosensibles del ojo. Por eso es que unas gafas pueden resolver el asunto. Y en el vídeo, las cuatro personas protagonistas que intervienen compartían la experiencia del descubridor que huella por vez primera tierras remotas, la experiencia inédita de poder ver colores hasta entonces desconocidos para estos observadores.

Mientras transcurría el vídeo, pensaba en la subjetividad que impregna de manera inevitable el momento de observar las cosas reales. No hablo ya de la ceguera, ver o no ver, sino de que hay colores que para unos pasan desapercibidos y para otros no. Como si apenas fuera una cuestión de matices, aunque en realidad es mucho más que simples matices. Es asumir que hay un mundo invisible y que está ahí delante, que no se puede ver pese a no ser ciego. Y aún hay más: un pequeño porcentaje de la población es tetracrómata. Es decir, posee cuatro tipos distintos de conos (las células sensibles a los colores) en la retina, lo que supone una mayor amplitud de espectro visual, cuando lo "normal" es el tricromatismo. Es como si percibieran cuatro colores primarios en lugar de tres. Si esto causa sorpresa, cabe pensar también en que hay organismos, como el camarón mantis, que son dodecacrómatas. No soy capaz de imaginar cómo es lo que ven esos bichos. Lo que quiero decir es que frente a una misma realidad, cada cual percibe una porción del total y esa se convierte en su realidad subjetiva. Una máquina diseñada para captar toda la radiación posible "vería" microondas, rayos x, luz infrarroja y ultravioleta..., además de que podría distinguir cada color de la luz visible para el ojo humano por su longitud de onda, no por una sensación subjetiva. Uno de los que contaban su vivencia personal en el reportaje decía que la experiencia del color es tan privada que no sabes cómo explicarla. Una máquina la explicaría con un simple dato, con un valor numérico en una escala de medida. Pero esto no sirve para un humano, y todavía menos si hablamos de un sinésteta: Alguien que es capaz de sentir un sabor concreto en la boca cuando escucha una palabra. Alguien que cuando oye o ve un signo, letra o número, está percibiendo un color. Alguien que, como Kandinsky, tiene la facultad de traducir melodías musicales a cuadros plenos de colores.

Sí, pensaba muchas cosas. Empero, todas las posibles metáforas y alegorías se marchitaban contemplando la emoción, el sobrecogimiento, el asombro, la fascinación... en los rostros de esas personas descubriendo colores ignotos hasta ese momento.
Uno de los protagonistas contaba que desde los 6 o 7 años creía que no era lo bastante inteligente para percibir las cosas. Esa era su propia explicación. Ocultó a sus padres su incapacidad de captar parte del mundo y dejó de pintar y de dibujar. Ahora, "vestido" con las gafas maravillosas, contempla extasiado un tapiz lleno de todos esos colores que jamás había siquiera imaginado.
Otro cuenta cómo veía a su hijo pintando unas láminas y sacando de una caja un montón de lápices que le parecen todos iguales. Gris... gris... gris... otra vez gris... Explica que ahora sabe el motivo. Pasa ante su mirada esas láminas pintadas por su hijo querido, llenas de un colorido que por fin puede percibir. Es capaz de ver la intención de su hijo en todo ese trasiego de lápices. Está emocionado con el misterio desvelado, con la comprensión del propósito antes incomprensible.
Una chica cuenta cómo le afectaba no poder ver el mundo igual que el resto de las personas. Quizás un anhelo por ser "normal". El color es una experiencia maravillosa y mucha gente da por sentado (dice la mujer) que yo también puedo disfrutar de ella. Pero no es así. Sí lo es mientras contempla, con las gafas puestas, grandes manchas de color expuestas en una pared. Se quita las gafas y exclama: Es más aburrido. Tengo ganas de llorar.
El último está en una terraza, ante una hermosa puesta de sol. Gafas en ristre y deslumbrado por el espectáculo, pregunta: ¿Así que esto es lo que veis todos los días? No hay más palabras. Solo anonadamiento.

¿Cómo estas emociones tan intensas no iban a asfixiar cualquier posible extrapolación o metáfora sobre las percepciones humanas?


2 comentarios:

{ H } on: 22 de julio de 2015, 12:54 dijo...

percibo el mundo de color.......de todos los colores......afortunada.????....si supongo que si......musito ante las puestas y salidas del sol....

Besos.

{ raindrop } on: 22 de julio de 2015, 21:57 dijo...

Era impresionante ver las reacciones de estas personas viviendo por primera vez una experiencia con colores que para ellas eran nuevos del todo.
:D

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