asedio

/ 12 abr 2015 /
Puede ser así de sencillo: un espíritu melancólico es como una fortaleza bajo asedio, pero con el enemigo intramuros y los defensores extramuros. En otras palabras, se diría que es un asedio invertido, un caos permanente o un sabotaje constante. Es un ataque contra uno mismo, perpetrado por las defensas de afuera. Es un viaje en círculos. Es una vana tentativa de retorno al hogar. Es una enajenación de los sentimientos, de las murallas, de las fortificaciones, de la esquiva e ilusoria sensación de control y de seguridad. Es una tregua bombardeada, la paz efímera, la guerra apacible y el rescoldo aún candente de la rebelión sofocada. Son ejércitos de recuerdos y añoranzas, como enjambres de dardos letales, son legiones de temores infundados, son urdimbres muy densas de sueños demasiado frondosos.

Un espíritu melancólico es una isla remota en medio de un mar tranquilo, de serenidad extraordinaria y de aguas oscuras y amargas, salpicadas acaso de lágrimas saladas. Es una isla que no llega a contagiarse de toda esa quietud ni conoce lo que es la armonía. El paisaje, aunque aparenta bello, no puede ser más desolado. El mar se agita tempestuoso con solo sumergir un pie en las aguas. El aire transporta nostalgias de cosas no vividas, desdichas, remordimientos, ocasiones fallidas, anhelos insatisfechos. Las nubes del cielo son metálicas, duras y frías. Toda la materia visible e invisible pesa más de lo que debiera y las batallas entre los elementos nunca cesan. Empero, se respira una paz también metálica y pesada y apenas salada como un breve llanto y rociada por la luz lánguida de un sol que parece desvanecido.

La lucha continúa. Los atacantes en el interior se hacen fuertes, saquean, expolian, toman rehenes... Los supervivientes resisten a su manera. Imaginan, vislumbran, crean universos irreales, piensan y siguen pensando. Y nada más.
Un día, quizás, sucederá que los defensores pulverizarán la muralla, penetrarán en tropel hacia el corazón de la fortaleza, gritando y abalanzándose sobre los atacantes, y los destruirán hasta que no quede ni uno. Será el fin del asedio y la guerra habrá terminado.
Qué gran desgracia.


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