Y, sin saber muy bien cómo, llegó la soledad gris, tan distinta de todas esas otras soledades ya vividas o por vivir. Dejé de escuchar tu voz, dejé de ver tu rostro, dejé de sentir tu piel, te me caíste en las profundidades de la lista de whatsapp, tan abajo que te perdí. Te me caíste de la lista de los vivos. Desapareciste. Te desvaneciste. Te devoraron las urgencias igual que ya habían roído la carne de todo lo importante hasta no dejar más que huesos resecos. Y así prosiguió la supervivencia zombificada, enclaustrada, encasillada, desnaturalizada, tan gris como la soledad gris, desterrada, trastornada y tiranizada por la urgencia. La urgencia.
Aquel millón de amigos cantados por una voz brasileña se quedaron en novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve extras. El sueño de una millonaria amistad se lo tragó un microscópico virus.
Todos se convirtieron en actores secundarios y no hubo más protagonistas en ninguna película. No éramos urgentes, fuimos apartados de la acción principal. Yo fui actor secundario en las cintas de otros y otros lo fueron en la mía. La era dorada del celuloide humano, de este cine de vidas interconectadas, se derrumbó como se derrumban los imperios en su apogeo, para quizás volver a resurgir renovado, transformado, en algún momento futuro. Quién sabe.
Nada es igual en cada nueva vuelta al sol. Hoy termino y empiezo otra. El sol también se ha desplazado en el cosmos inmenso, en su propio derrotero, y eso hace que cualquier apariencia de ciclo sea solo eso: apariencia. El sacacorchos de la vida, introduciendo todo lo que es en la entraña inexplorada de lo ignoto, trae siempre cosas nuevas y cambiantes. Nada se repite.
Hoy lo veo, en el cielo sereno de la tarde, que cae sin estruendo, sin sonido de trompetas. Quizás resurja una época nueva y en los créditos de las películas vuelvan a figurar los protagonistas en grandes letras blancas sobre un fondo oscuro.
Los tiempos parecen propicios.
0 comentarios:
Publicar un comentario