noche eterna

/ 22 ene 2019 /
Echo de menos los grillos. Rara vez pienso en ellos como insectos, sino más bien como un centelleo sonoro en la atmósfera de las noches breves y cálidas. Echo de menos los grillos, los colores de su canto, la paz y la alegría en el titilar de sus baladas, marcando los latidos de una noche plena de sueños y ensueños. Echo de menos la manera sencilla y sutil en que frotan el crepúsculo estival hasta vencer la madrugada.

Las noches del invierno son silenciosas. De una calma tétrica. El frío acalla el mundo de lo vivo, secuestrando cada brizna de existencia con su toque mortecino y su velo de melancolía. Quizás algún sonido rompa de tanto en tanto el silencio lúgubre y sin ritmo de una oscuridad que parece cristalizada: una bandada de gotas de lluvia empujadas por el viento contra el vidrio de las ventanas, alguna ráfaga furtiva, algunas hojas muertas barridas contra el suelo o incluso el canto nocturno de estorninos insomnes que reposan de su migración en las ramas de los árboles del parque. Nada más.
Echo de menos el ronroneo de los grillos, sus conversaciones en la penumbra y el bullicio efervescente que calienta sus noches. Ellos mismos parecen estar formados de idéntica materia que esas noches. Y con sus esencias entretejen conjuros vibrantes para ahuyentar a la otra noche, la noche eterna, la noche que envuelve al mundo en silencio, la noche donde duermen las ánimas del invierno que al final devoran las trovas de los grillos.
Sigo echando de menos los grillos.


1 comentarios:

{ Lucilíndala } on: 7 de febrero de 2019, 23:41 dijo...

Qué maravillosamente bonito...yo tampoco los relaciono con insectos. Me ha gustado por un monton de cosas pero también por las sensaciones ...espero que todo vaya bien. Soy Lucilíndala.

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