solsticio

/ 26 jun 2017 /

Llega un momento en el año en esta latitud en que si uno durmiera las ocho horas recomendadas podría acostarse con la luz del sol todavía resistiéndose a escurrirse por el sumidero del horizonte y se levantaría con la luz del sol ya incendiando la mañana del día después.
Ese momento ha llegado.

Se celebran los solsticios de forma desigual. No sé el motivo, cada quien conocerá el suyo. Lo que me parece es que el de invierno acaba siendo algo tristón mientras que el de verano es todo jolgorio. Conozco a muchos más detractores de la Navidad que del San Juan. ¿Será por la "intromisión" de lo religioso? ¿Será por la mayor oscuridad y el frío de aquellos días? Qué más da. Algunos me dicen que las fiestas navideñas les recuerdan infelices ausencias, como si los huecos en torno a una hoguera se suplieran por arte de magia. Aunque sigo pensando: no lo sé y poco me importa.
Lo que sí me importa es la necesidad de celebración: hacer la diferencia entre los días, marcar los tiempos, recordar que no soy una máquina para la que todo sucede siempre igual, de forma invariable, y con el único objetivo de producir, producir y producir. Y nada más. En definitiva, celebrar es vivir, rememorar, tantear a sorbos el bagaje de experiencias y dejar la copa lista para escanciar en ella las nuevas.

Pero hay algo engañoso en el solsticio. El pasado viernes se celebraba el día más largo del año, el que da paso al estío. Queda la impresión de esos días largos, calurosos y llenos de luz, en interminable sucesión hasta que, de repente, alguna hoja se desmaya en algún árbol y cae al suelo, otras siguen el ejemplo, el aire deja de ser abrasador, el sol se vuelve tímido y no parece mala idea coger algo de ropa de abrigo.
Se ven ahora muy lejanas esas fechas del otoño, aunque la semilla ya está puesta. Ha sido el día más largo del año. Ahí está el punto. Cada día a partir del solsticio vernal es más largo que el siguiente. Y así hasta el solsticio de invierno en que cambian las tornas.
De solsticio a solsticio, con la etapa intermedia del equinoccio en que día y noche se igualarán, se avanza a ritmo vertiginoso. Cada vez más. Pasan los días sin que apenas haya tiempo para llenarlos de sustancia. Ah, es el precio que se paga cuando se van acumulando los años.

Ya se ha evaporado el último resto de humo, la resaca que las hogueras dejaron en el aire del primer día del verano. Y pronto el verano entero se habrá desvanecido en ese mismo aire igual que las humaredas que lo engendraron.


0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Copyright © 2010 hic sunt dracones, All rights reserved
Design by DZignine. Powered by Blogger