raíz

/ 31 may 2017 /
- Puedes encabritarte como un caballo salvaje, decir palabrotas, maldecir al destino... pero a la hora de la verdad tienes que resignarte.
"El curioso caso de Benjamin Button",
guión de Eric Roth, dirección de David Fincher

En el breve XVIIIº capítulo de Le Petit Prince, de Saint-Exupéry, el niño de los cabellos dorados como el trigo atraviesa el desierto y no encuentra más que una florecilla de nada, una de tres pétalos. La flor le dice que en este planeta deben de existir unos seis o siete hombres. Una vez, hace años, vio una caravana pasar por allí y se cree que eso es todo. Luego añade que el problema de los hombres es que no tienen raíces, eso hace que el viento se los lleve de aquí para allá, y es algo que les molesta muchísimo.

Cursaba el 2º año del BUP, con 15 años, cuando leí por primera vez esta obra de Antoine de Saint-Exupéry. Y digo lo del curso porque era en el temario de la asignatura de francés donde estaba incluida la lectura obligatoria de Le Petit Prince. En el idioma original, por supuesto. Años antes, había visto en algún sitio que se catalogaba este libro como "literatura infantil", aunque ahora eso me daba lo mismo: se trataba de aprender y practicar un idioma y ya habíamos leído relatos de Marcel Aymé, historietas de René Goscinny, poemas de Verlaine, Baudelaire, Valéry o Prévert. También se podría disfrutar y sacarle jugo a un relato infantil. De niño apenas leí libros infantiles, este se me había escapado. No es que no hubiera tenido libros infantiles, sino que mi interés en aquellos años tiernos estaba más en las ilustraciones que en las letras. Un espíritu de dibujante iba recorriendo las páginas con los ojos bien abiertos.
En fin. No pasó mucho tiempo hasta que la lectura de Le Petit Prince me tuvo del todo fascinado. Tanto y de tal manera que empecé a pensar que los críticos literarios que hubieran catalogado este libro como un cuento para niños no serían más que unas pobres flores de tres pétalos, ignorantes, que solo juzgan por las apariencias. Un día vieron pasar unos seis o siete libros por delante de sus narices y se creyeron que ya sabían qué es la Literatura.

Han pasado muchos años y el libro ha seguido adherido a mis pensamientos, como una constante. Pasan los años y todavía sigo descubriendo cosas que no comprendía, viéndolas de maneras distintas, viviendo la novedad de lo que pensaba que ya conocía. En el último año me ha estado dando vueltas en la cabeza el insignificante capítulo XVIII. Una frase. Ils manquent de racines, ça les gêne beaucoup. La sencilla flor observó en los humanos una aparente carencia de raíces. Qué ceguera. ¿Personas sin raíces? Cuesta imaginar personas que no tengan raíces. En lo que sí acertaba la flor de tres pétalos es en el mucho fastidio que llegan a padecer las personas que por desgracia carecen de raíces.

En la complicada situación familiar que estoy viviendo ahora, con la ausencia de mi hermana y con mis padres extinguiéndose poco a poco, siento como si mis raíces se fueran secando y me inquieta pensar en el momento en que las pierda por completo. Ya noto zumbar con fuerza a los vientos, intentando arrancarme de la tierra. Puedo patalear, puedo protestar, puedo enfadarme, pelear o sucumbir. Pero a la hora de la verdad ya solo queda resignarse. Estar apacible y confiar. Las cosas son así. La vida se pensó así. Ya solo queda hacerse a la idea de que quizás haya que enterrarse, permitir que la existencia continúe y convertirse uno mismo en raíz, la raíz de las personas que vienen detrás con sus flamantes ramas desplegadas y que, a falta de otras raíces, podrían ser arrastradas de un lado a otro por los vientos.


1 comentarios:

{ Male } on: 7 de junio de 2017, 0:48 dijo...

❤️

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