El viento se enreda juguetón entre tu pelo, apenas lo agita lo justo para que el sol lo haga brillar como nunca y ya me estás dando un pretexto.
El momento en que te enojas y tu mirada revela que te sientes secuestrada por una pasión de la que quieres liberarte y grita con otra voz inaudible, reclamando un abrazo cómplice, en ese momento también me das un pretexto.
Cuando duermes, con tu cuerpo mecido al ritmo de la respiración suave, toda la paz del cosmos concentrada en él, en tus párpados cerrados, en tus mejillas tranquilas, en tus manos distendidas, y yo no puedo dejar de mirarte y tú me estás concediendo un nuevo pretexto.
Si hay un nimbo de tristeza instalado en tus ojos, una lágrima fundiéndose en ellos, o si llega a deslizarse por tu rostro el líquido destilado de tus pesares, en ese instante de infinita fragilidad también hallo un pretexto.
Al tomar furtivamente mi mano con la tuya, al dedicarme una caricia inesperada, cuando apoyas tu mano en mi brazo o en mi muslo mientras callas y lo dices todo, estás sumando a la lista otro pretexto.
Tu entusiasmo, tu gozo, tu risa, tus ganas de jugar -o de juguetear-, tu versión más infantil y tu lado patoso, todo eso que me convierte a mí mismo en una carcajada que es un reflejo de ti, toda tu dicha de los días felices es para mí -bien lo sabes- otro pretexto más.
Sentada en la butaca, con eclipse parcial de tu cara tras el libro que estás leyendo, tus ojos no pueden evitar de cuando en cuando orientarse hacia mí, por encima de las páginas, y lo que consiguen -tan dulces y traviesos- es darme aún otro pretexto.
Cuando te enredas en mis pensamientos, trenzada hasta lo más profundo, cuando fascinado y a la vez desarbolado me pregunto por qué a mí, por qué tú, cuando mi cabeza reposa sobre tu pecho, cuando nos embarga lo inefable, cuando cada detalle de ti es un tratado en mi mente, cuando puedo dibujarte con los ojos cerrados y comprobar al abrirlos que no he abarcado toda tu belleza, que aún estoy lejos de alcanzarla, cuando te haces serenidad o tormenta o fuego, o roca o río o mar, cuando callas y cuando hablas, cuando me atraviesas, traspasando más allá de la férrea coraza, cuando eres mi estandarte y mi razón y mi sinrazón, en todos esos momentos me das pretextos, pretextos y más pretextos.
Pretextos para quererte.
Y no sé qué voy a hacer con tantos pretextos para quererte sin lindes ni orillas ni metas.
4 comentarios:
..........sobran los pretextos............que se lo pregunten al corazón....
Sip. El corazón siempre tiene razones que ni la razón entiende. ;)
Dulces y pequeños enormes pretextos... precioso el texto Rain
Gracias :)
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