la mar océana

/ 11 ago 2021 /

Yo, que soy andar, me anclé al azul
de tu mirar, sintiendo paz.
Me das el mar de tu mirada.

(Presuntos implicados,
"Me das el mar")


Contemplar al Gran Azul es contemplarse a uno mismo, mirarse a los ojos, mirarse a las entrañas. Es soñar un sueño lúcido, es indagar en los mil y un misterios, es sembrar en el campo de estrellas líquidas, en el cielo que no se puede pisar. Es acunarse en el nido de todas las aves marinas. Es ver un pasado y un futuro fluctuando en un mismo presente, es recorrer los rumbos que los vientos trazan en una orografía maleable, es imaginar montañas blandas coronadas de nubes espumosas. Es sentir la fragancia de todos los tonos de azul, es volver a ser otra vez el niño travieso que garabatea las paredes y pinta ahora el abismo con salitre, es convertirse en orfebre que atesora turquesas y lapislázulis, índigo, cobalto y esmeraldas, topacios, zafiros y aguamarinas, azuritas, turmalinas, ágatas y diamantes. Es honrar las incontables tumbas sin flores de los incontables aventureros que sucumbieron a su abrazo gélido, encadenados ahora por las algas y hermanados con los peces y los monstruos marinos. Es volar sin alas más allá del finis terrae, es seguir viendo con los ojos cerrados, es fundirse con la oscuridad más luminosa y más bella que han producido el agua y la sal, es reconocer la vida en lo inerte, es fundirse en el infinito.
Es la mar océana.


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