la primera clave de la escritura

/ 28 sept 2022 /
Hubo un tiempo en que estuve bastante relacionado con el intramundo del conservatorio y allí, en sus entrañas, conocí a personas fascinantes. Por ejemplo, no me olvido de una mujer cuya pasiva actitud externa de ninguna manera concordaba con la fuerte determinación y con la energía que bullía en su interior. Aparentemente calmada por fuera, encerraba dentro de esa corteza un torbellino irrefrenable. O varios torbellinos. Si escribo esto aquí es por el recuerdo de una ocasión en que el equipo directivo del conservatorio, del que ella formaba parte, estaba preparando un concierto de inicio de curso y todo parecía precipitarse hacia el caos. Faltaba esto o aquello en el auditorio, tales o cuales profesores no estaban a punto, fallaban algunas cosas en el programa que se estaba imprimiendo... Y en esos momentos de tensión, casi de desesperación, con los responsables probando a desdoblarse para estar en varios sitios a la vez, echando humo y resoplando, esta mujer en tono templado suelta una frase: "¿Qué tengo que hacer ahora mismo? Tocar el piano. Pues me voy a tocar el piano". Y todos los demás agobios dejaron de existir. Fue como si de pronto la serenidad hubiera vencido al desbarajuste.
¿Qué tengo que hacer ahora mismo? Cuántas veces me lo he preguntado desde entonces.

William Forrester fue un ficticio escritor de origen escocés, ganador del premio Pulitzer y autor de una única novela, Avalon landing, una obra maestra de la literatura estadounidense, que le reporta tanta fama y admiración que termina con el escritor huyendo de los focos de la sociedad y escondiéndose en un piso atestado de libros en el Bronx, del que ya nunca sale y que será desde entonces su prisión y fortaleza particular, todo al mismo tiempo. Es indudable que este protagonista de la historia que relata la película Descubriendo a Forrester (Finding Forrester, del año 2000) está inspirado en Jerome David Salinger, autor también de una única gran novela: El guardián entre el centeno (The Catcher in the Rye), publicada en 1951. El otro protagonista de la película es un adolescente afroamericano con talento para la escritura que, por esos azares de la vida, acaba encontrándose con el escritor y le pide su ayuda para que vaya dirigiendo sus aún inseguros pasos hasta poder lanzarse finalmente al galope tendido en su propio derrotero.
En su piso, Forrester le anima a escribir, sin más. Y ante las dudas del joven para comenzar a teclear en la máquina, el veterano escritor le dice:
- ¿Algún problema?
- No. Estoy pensando.
- No, no, no. No se piensa. Eso viene luego.
Y sigue:
- Escribe tu primer borrador con el corazón. Y reescríbelo con la cabeza. La primera clave de la escritura es: escribir. No pensar.

Pero este que ahora cuenta estas cosas se dedica a pensar demasiado y por eso escribe tan poco. Tan poco que ya es nada. Pasan los meses y nada queda grabado en el papel virtual del blog. Y pensando en Cristina y pensando en Forrester, me digo a mí mismo que aunque todo esto solo sea un espejismo de realidad me gustaría practicar esa primera clave de la escritura y escribir. Escribir, solo escribir. Ya pensaré después.

Me dijo una vez un amigo, creo recordar las palabras, que la paz no proviene de la victoria sino que es la victoria la que proviene de la paz. Yo solo sé que estoy necesitado de alguna victoria y de algo de paz, pero quizás haya equivocado el orden de mi amigo, buscando la paz a través de alguna victoria.
Me voy a enmendar. Estoy convencido de que lo que tengo que hacer ahora mismo es escribir y que al escribir encontraré esa pizca de paz que tanto anhelo.
Lo demás vendrá por añadidura.


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