constante

/ 9 dic 2016 /
"(...) (la forme d’une ville
change plus vite, hélas! que le cœur d’un mortel);"
Charles Baudelaire, "Les fleurs du mal", LXXXIX- Le Cygne

Cada sábado paso a la misma hora por la misma calle de la misma ciudad, por el mismo lugar en la acera de la calle donde está la terraza de la misma cafetería de cada sábado. En la misma silla de la terraza está sentada cada sábado la misma mujer, con su mismo café, su mismo cigarrillo y su mismo periódico. Con sol, con lluvia o con viento, la mujer da un sorbo al eterno café, fuma su cigarrillo interminable y lee las noticias de un día de la marmota que nunca cambia. No recuerdo cuándo empecé a darme cuenta de la presencia de esta constante, supongo que fue la repetición inalterable lo que hizo prevenir mi mente cada sábado a la misma hora.
Hasta este último sábado.
No estaban ni la mujer ni su café ni su cigarrillo ni su periódico. Solo la silla vacía en la misma terraza de la misma cafetería a la misma hora. Sentí un extraño desasosiego, casi una necesidad de alertar al servicio de emergencias. Extraño impulso, pero. Se había rasgado algo en el tejido espaciotemporal y ya no había nada que hacer. Se había alterado la constante. El tiempo seguía avanzando y se tragaba la anomalía con naturalidad.

Soy reacio a los cambios. Me cuesta salir por las buenas de mi zona de confort, así que acaban siendo las circunstancias quienes me sacan de ahí a empellones y con el disgusto de la inercia resquebrajada. Hasta que se consolide una nueva. Mientras tanto, me siento un vulnerable artrópodo que acaba de mudar su exoesqueleto. No encajo que haya tanto cambio en un universo de leyes inalterables. Tanto cambio para volver al punto de partida en un ciclo continuo. Cambios necesarios, seguro, dicen que para crecer, aunque con la apariencia de las cosas que vuelven al mismo lugar en que todo comienza de nuevo, sin avances, sin progresos. Como un árbol frondoso en su verdor, que en lo mejor de su lozanía empieza a amarillear, enrojecer y pardear hasta quedar desnudo. Y después de esto brota de nuevo cada rama del tronco raquítico para volver a su antiguo verdor. Estación tras estación, temporada tras temporada. Y así una y otra vez.

He pensado que un día, caminando por el paseo marítimo a la vez que contemplo la ciudad cambiante, me encontraré conmigo mismo, con el chaval de veinte años que una vez fui. Un encuentro esperado, como si nos hubiéramos estado buscando todo este tiempo mientras el paisaje urbano se transformaba sin que nos diésemos cuenta.
"Hola, tú por aquí. Y sentado en este banco que ya no existe". "Ya ves. Nada dura para siempre". En ese plan.
Él me hablará de sus miedos, de sus inseguridades, de sus ilusiones y sus sueños, de sus certezas y de sus ambiciones. Y yo le contaré de mis decepciones y mis fracasos, de mis incertidumbres, de mis escasos logros y de mis terrores. Él me hablará de la vida que está por suceder, y lo hará con desdén. Yo le responderé con indulgencia sobre la vida que ya ha transcurrido. Él no me contará ciertas cosas para no inquietarme. Yo no le contaré ciertas cosas para no desalentarlo. Él me dirá lo diferente que parezco a lo que él espera ser. Yo le diré que sus anhelos lo llevarán a ser alguien que yo no soy. Él me increpará y yo seré condescendiente. O al revés, no sé muy bien.
No nos entenderemos, desanclados de nuestra constante.
Aunque en realidad será la misma persona hablándose a sí misma de las mismas cosas.


2 comentarios:

{ La Rizos } on: 9 de diciembre de 2016, 12:15 dijo...

Yo ahora necesito saber qué pasó con la señora xD

A mí tampoco me gustan los cambios, pero los necesito. Las cosas más importantes de mi vida me sucedieron cuando algo o alguien me obligó a cambiar.

{ raindrop } on: 9 de diciembre de 2016, 12:38 dijo...

No he vuelto a saber nada más de la señora. Quién sabe si algún día vuelva a aparecer con su café, su cigarrillo y su periódico. Aunque suene raro, que vuelva a estar en su sitio será un nuevo cambio respecto del estado actual.
Los cambios suceden, por más que uno se resista o trate de contenerlos.

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