humo, sardinas y decibelios

/ 24 jun 2021 /
Se prepara para anochecer el día más largo del año, el de otro año raro, y el momento me encuentra en mi casa. Pero mi casa se revela ahora como un frágil fortín que sucumbe sin resistencia a la invasión de una horda de alborotos, de aromas y de sensaciones que vienen de afuera. En las calles y en las plazas vecinas hay fiesta, hay risas y jolgorio, se asan sardinas al fuego de San Juan, la chavalada juega, se canta la rianxeira, se tocan instrumentos de música, se cuentan anécdotas, se relatan historias a la luz de las hogueras.
Hoy he decidido que no me va a molestar el barullo. Hoy no me importa que la quietud del momento sea herida por una multitud cacofónica ni que quede sepultada por un alud de humo, sardinas y decibelios. Hoy me llena cierta indulgencia.

Nunca he vivido el final de una guerra, porque tampoco he vivido nunca una guerra. Por fortuna. Aunque podría decirse que la "guerra" de nuestra generación, la que ha puesto su sello en esta época, está siendo la guerra contra un enemigo invisible y silencioso. Un enemigo que cada vez vamos sintiendo más derrotado y que nos lleva a un júbilo prematuro aunque justificado. Espero que no imprudente.
Y los cantos de hoy, la fiesta de hoy, la despreocupación y las ganas de esparcimiento se pueden entender desde la visión del fin de esa guerra. Un final que fue espejismo anhelado hace meses pero que ya se respira en el mismo aire donde forjó su imperio el virus. Por eso he decidido que hoy no me va a molestar el barullo. Aunque me quede en casa, en espíritu también estoy de fiesta.

Y hay una cosa que no deja de sorprenderme. Había pensado que algo que nos dejó el confinamiento, la distancia social y la pandemia en general, era un enfriamiento de las tradiciones. Se dejaron de cumplir las tradiciones durante un tiempo y no hubo ningún resquebrajamiento en los cimientos del cosmos ni se desgarró ningún tejido del espaciotiempo. Pero me parece que el anhelo de las personas por aferrarse a ritos (que alguien originó en algún momento por algún motivo lejano y muchas veces desconocido) sigue tan vivo como antes. Me hace pensar que hay algo en la propia naturaleza humana que está muy enredado en estas inercias de las que no se acaba de librar.
Quizás nunca sea el momento de abandonar las antiguas tradiciones y reemplazarlas por otras nuevas. Quizás nunca sea el momento de abandonarlas todas. Quizás nunca lo sea por un temor supersticioso, el temor de identificar el fin de las tradiciones con el fin de la Humanidad tal y como la conocemos.
Aunque es posible que esto no resultara tan catastrófico como suena.


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