lúcido y sin coraza

/ 16 feb 2020 /
Oliverio y la muerte conversaban con cierta frecuencia en "El lado oscuro del corazón". Quizás se trate de los diálogos más peculiares de la película. En cierto momento, Oliverio le llega a decir: "Sabés que me parece que sos una muerte de acá, medio berreta, medio pelotuda. Poco profesional, aburrida. No sos una muerte torera, una muerte guerrillera, una muerte fórmula 1. Sos una muerte cola de jubilados, una muerte tristeza de manicomios, una muerte monoblock de departamento, una muerte de barrio y de programas de televisión. Una muerte mediocre. Anónima. Cobarde". Así imaginaba estos días a la muerte que al fin se llevó a mi padre: una muerte que recorre los hospitales en busca de presas fáciles. Poco trabajo. Pero también, hay que decirlo, un gesto de clemencia. Una muerte que se lleva a quienes hace tiempo que ya tienen hechas las maletas y ya no les queda nada más que hacer en este mundo, excepto sufrir porque sí.

A mi padre la muerte ya le había dado cita para verse en el hospital algún día, más adelante en el tiempo, en el instante en que le sobrevino una de esas enfermedades horribles. Una de esas enfermedades de las que la gente dice que qué tragedia que el enfermo ya no puede reconocer a sus personas de toda la vida, pero que en el caso de mi padre fue que a las personas de toda la vida cada vez nos costaba más reconocerlo a él. Se fue diluyendo y se fue marchando poco a poco hasta que se marchó del todo.

Cuando yo era pequeño, veía a mi padre (supongo que igual que hacen la mayoría de los niños) como una especie de superhéroe, invencible y todopoderoso. Eso se me pasó en la adolescencia, cuando descubrí que su capa estaba raída y su armadura llena de herrumbre. Vestía una coraza, de la que se empezaban a notar las fisuras, y bajo la que ocultaba sus temores más arraigados. Puede estar bien una coraza para proteger las partes más sensibles, aunque a cambio (y justo por retener tanta sensibilidad) priva de dar y recibir mucho cariño a las personas queridas. Y esto también lo sé por propia experiencia. Quizás es de esas pocas cosas que aprendí de mi padre y que mejor no debería haber aprendido.
Pero.
Sucedió un día que el gigante exhausto se rindió, dobló la rodilla, cayó contra el suelo y se destrozó su coraza. Y a partir de ese día aprendí a quererlo de otra manera, a admirarlo en sus proezas pasadas, a pasar por alto sus fallas. Nos miramos como iguales y nos aceptamos en nuestras imperfecciones. Fue liberador. Nunca es tarde para reconocer a los héroes, aunque en el reloj de la vida estuviera a punto de empezar para él la definitiva cuenta atrás.

Ayer, la muerte mediocre, anónima y cobarde, la muerte que recorre los hospitales, acudió a la cita anunciada. Ambos la conocían. Mi padre se marchó en la niebla de sus sueños confusos, abandonó la vida borrosa y enmarañada de sus últimos años.
Deja viuda y huérfanos, que tratarán de recordarlo lúcido y sin coraza.

(mi padre el 10 de agosto de 1970, día de mi primer cumpleaños)


2 comentarios:

{ Nuria Ros Muñoz } on: 17 de febrero de 2020, 13:36 dijo...

Siento mucho tu pérdida, pero si todo esto sirvió para que te reencontrarse con él, tuvo una buena finalidad, no pudo ser mejor. Un padre si more se llevará en el alma en lo más profundo de uno mismo a pesar de la dureza de los años y los miedos. Recuérdalo siempre así, como esa foto, a tu lado.

{ Sandra Ruiz } on: 26 de febrero de 2020, 9:00 dijo...

Dicen que emborronar su memoria y sus recuerdos es una forma de coraza, un olvido, para que no duela el pasado ni el presente. Mi parte también fue mi superheroe y también descubrí, en su momento, su fragilidad detrás de su coraza, sus temores y sus sueños rotos, también descubrí su capacidad de amor verdadero, su generosidad y su valentía al afrontar su enfermedad. No la enfrentó ni luchó porque se sabía vencido, la vivió con valentía, humildad y amor hacia esos locos familiares que corríamos a su alrededor despavoridos de miedo, frío y dolor. Mi padre fue real y aún me cuesta sentir que no está. La vida quiso que muriera en casa, conmigo, en mis brazos. A veces pienso que él lo eligió así. Entre mis brazos, en mi regazo, el hombre que me dio la vida, que me llevó en sus brazos, me cuidó, me enseñó a ser humilde, curiosa, acogedora, y a encontrar en mí la felicidad y el amor, dejó de respirar. Gracias por este espacio y por compartir. Un abrazo.

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