de isla en isla

/ 30 sept 2019 /
Here comes the rain again,
falling from the stars.
Drenched in my pain again,
becoming who we are
as my memory rests
but never forgets what I lost.
Wake me up when september ends.

(Green Day, American idiot)

Ha sido atravesar una isla dividida en dos regiones. Dos regiones o dos mundos. Dos mundos separados por una frontera, un límite que parece muy definido pero que a la vez es muy difuso. Recuerda a la línea de costa en una playa, donde acaba el mar y donde empieza la arena, o al revés, donde acaba la arena y donde empieza el mar. Nadie podría dibujar esa frontera de un modo preciso y permanente. Hay pleamares y bajamares, hay oleaje constante, hay días en que el mar se siente más osado en sus invasiones y días en que la arena se viste de conquistadora de océanos. En esta isla, la frontera del equinoccio trata de separar veranos de otoños. Pero también los otoños tienen sus oleajes y los veranos desean prevalecer. Lejos de esa frontera, las estaciones dominan sin discusión. Cerca de la frontera no es así y los días de verano y de otoño se intercambian a ambos lados del equinoccio.

Ha sido darse cuenta de que los ciclos de la vida no son tales. Solo una ilusión. La vida discurre, todo lo más, en una espiral que se va agotando hacia el centro y toda idea de ciclo es un intento de empujar la espiral hacia una pretendida circunferencia, inmutable, que es la órbita de lo eterno.
Ha sido sentirse, una vez más, como el animal atado a un poste alrededor del cual debe dar vueltas, mientras la cuerda que lo sujeta se va acortando a medida que la devana. Nunca se puede estar dos veces en un mismo lugar. Quien vuelve ya no es el mismo, también el lugar ya no es más. Todo cambia. De isla en isla, lo que queda es que uno se va desgastando con la experiencia acumulada. Otra paradoja más.

Ha sido internarse en un territorio que empieza en efervescencia de gente que sale de sus escondrijos de verano, de sus retiros, de sus viajes. Y de nuevo a la rutina, al sendero del pretendido ciclo. También en esto se juntan dos mundos: la inicial explosión de hiperactividad repentina coexistirá con una cierta melancolía del viajero derrotado que sabe que se dirige a las tierras sombrías del invierno. Los días se han acortado, la luz pasa a escasear cada día un poco más. En la ciudad, una anaranjada bruma nocturna de brillo artificial devora las estrellas y el cielo es un abismo solitario y lúgubre.

Escribo esto en el filo del tiempo, a punto de dar el salto a una nueva isla.
Ha sido transitar por septiembre. Por un septiembre que se ha marchado y ya nunca volverá.



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