limonero

/ 30 abr 2018 /
Hace frío. Perséfone sigue con síndrome de Estocolmo después del fin de su cautiverio y pese a llevar más de un mes de libertad permanece aferrada a su raptor del inframundo. Hay días en que duda y su sonrisa caldea el aire. Pero en otros persiste el frío aliento de Hades.
Ha pasado ya casi todo abril. Los treinta días han sido un suspiro y escribo esto ya en los últimos minutos del mes que se evapora, raudo, volátil. Tanto, que no recuerdo un abril semejante: así de vacío, con tan poca consistencia. En todo el mes no he tenido ninguna inclinación a la escritura, por astenia, por pereza mental, no lo sé, lo que sí sé es que apenas he ido rumiando el habitual revolotear de los mismos pájaros anidados sobre mi cabeza o dentro de ella.

Y hay una idea que persiste y que puede ser oportuna ahora, entre las dudas de esta primavera que no acaba de arrancar. Una idea antigua. Una idea como una metáfora que me sigue acompañando desde hace bastantes meses, quizás a la espera de hechos que le den cuerpo. De momento solo la metáfora.
Hace muchos años que tengo una plantita que me regaló un buen amigo. Era un diminuto tallo de apenas tres centímetros de alto y con un par de hojitas nada más, en un vaso de yogur. Un limonero. Al menos eso me dijo mi amigo: que la había plantado de una semilla de un limón. El tiempo demostró que la fruta debía de proceder de un híbrido, porque la planta ha resultado ser estéril y jamás han brotado flores de ella. Pero eso nunca me ha importado. Hubiera estado bien tener limones de mi propio limonero, aunque todo eso no es tan importante como haber cuidado y visto crecer una planta aun sabiendo que no iba a obtener nada de ella. Una primera enseñanza, puede ser. En estos casi veinte años, el árbol ha estado en mi dormitorio, en todas las casas en que mi dormitorio ha estado en estos casi veinte años. Lo he trasplantado de maceta en varias ocasiones. Lo he podado también en alguna ocasión, cuando las ramas se disparaban hasta casi tocar el techo. Ha tenido momentos mejores y peores, ha perdido hojas y ganado otras nuevas. Lo he regado, lo he cuidado, he dejado alguna vez que los colémbolos merodearan por su tierra y también he liquidado algún que otro pulgón de sus hojas. Y no he esperado nada a cambio más que su compañía. Hemos dormido juntos, respirando el mismo oxígeno por las noches, que luego me ha sido devuelto durante el día. Y así hasta hace casi un año.
A finales de la pasada primavera, el limonero parecía que se estaba muriendo. Se secaron varias ramas. Perdió casi todas las hojas. Yo no sabía por qué de repente se moría mi limonero. Necesitaba su compañía más que nunca.
Regué, cuidé, mimé. Pero nada. Era casi como intentar resucitar un cadáver.
Pasaron unas semanas y ya lo había dado por perdido, apenas era un fantasma del limonero que había vivido conmigo casi veinte años. Por algún motivo mantuve el esqueleto en su maceta en el dormitorio. Aún lo regaba de vez en cuando, más por inercia que por necesidad, haciéndome a la idea de que en algún momento tendría que deshacerme del tronco seco.

Un día de verano, en julio, me fijé en que unas ramas nuevas habían brotado de la parte inferior del tronco. El limonero había vuelto de su retiro. Sentí un alborozo difícil de describir. Y aquí viene la metáfora. El limonero volvió a empezar de cero. Tocó fondo y, desde el fondo, impulsándose volvió a ascender. El muy taimado parecía estar dándome una nueva lección en forma de metáfora: resurge de tus cenizas, no te acomodes en el suelo. Él lo había hecho, me estaba invitando a mí a hacer lo mismo.
En fin. Es lo que yo imagino, lo que quiero imaginar. Mi limonero no entiende de metáforas ni de lecciones. No es lo suyo. Él solo está empeñado en seguir viviendo, en cumplir su propósito, porque parece que si algún propósito tiene lo vivo es continuar manteniéndose con vida. Y aunque esto sea así, en el revivir del limonero sigo viendo una enseñanza.
Yo, que soy un alumno muy poco aplicado, aún estoy en ello bastantes meses después.
Hace frío. Se ha evaporado el mes de abril. Y todavía sigo acomodado en el suelo. No como mi limonero.



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