tradiciones

/ 19 ene 2018 /
(...) y de suerte que actuemos en un drama
en que el pasado sea el prólogo y la acción
la ejecutemos vos y yo.
William Shakespeare ("La tempestad", acto 2, escena 1) 

Las rutinas volvieron igual que las nubes de estorninos han ido invadiendo el cielo de enero. Poco a poco se instalaron en lo cotidiano, con tal naturalidad que cualquiera diría que los pasados días repletos de tradiciones hubieran sucedido muchísimo tiempo atrás. Ya no queda ni la resaca de las fiestas ni las luces ni los decorados. Apenas persisten sombras de recuerdos de cosas que pudieron ocurrir hace un par de semanas o hace varios años. Todo termina por mezclarse en la memoria.
Rutinas versus tradiciones. Dos caras de una misma moneda que, aunque parecen opuestas, están formadas por la misma materia. En cuanto al tiempo, se trata tan solo de una cuestión de escala: el tiempo menudo, el de los días que se suceden raudos, frente a otro tiempo inmenso desde cuyos páramos se vislumbran las etapas de la vida. Pero en ambos casos se trata de tiempo con vocación de perpetuarse a través del sencillo método de la repetición. La ocasión elige el ritmo en el metrónomo, siempre en marcha y acompañando con sus pulsos, ya sea adagio, ya sea vivace.

Pero. Hay un asunto bastante más grave. Se diría que las rutinas comienzan como un mecanismo de supervivencia, como una manera de acomodarse a lo ordinario y al curso corriente de las cosas. Anodina capa de barniz, figura sin rostro. En cambio, una tradición surge del deseo de revivir un tiempo dichoso, de revivirlo de forma tangible y más allá de la memoria, tan etérea, que solo puede codiciarlo cuando se dice "Vengo aquí a menudo, es uno de mis sitios favoritos". Una tradición es un lugar del pasado visitado de nuevo en el presente, un momento de otra época pero revivido con los años de ahora, y con la intención de seguir repitiéndolo en el futuro. Pasado, presente y futuro, todo a la vez.
No me refiero tanto a las tradiciones heredadas, sino a esas otras que surgen de un sencillo "Ha sido estupendo, tenemos que repetirlo algún día", y así es como se acaba formalizando una tradición, casi sin proponérselo. Las tradiciones heredadas también comenzaron así, aunque con los sucesivos relevos la forma suele ir ganando peso en detrimento del contenido. Lástima. Luego vendrán los acérrimos defensores de las antiguas tradiciones, aferrados al valor de una cáscara que tan solo rodea el gran hueco de sus afanes.

Y en este juego de las tradiciones, ellas tratarán de encajarse de alguna forma en el río de la vida, ese mismo río por el que fluyen episodios únicos e irrepetibles y en el que nadie puede bañarse dos veces, por más que se intente, en una y otra y otra y otra y otra ocasión. El pasado ya no como un prólogo, sino como un puerto del que cuesta soltar amarras. Un fondeadero que jamás se abandona del todo.
Hasta que un día, cumplidas ya todas las tradiciones y agotados todos los ritos, el barco por fin leve su ancla y zarpe del muelle para no volver allí nunca más.



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