siembra

/ 31 ene 2018 /
Alguien sabio dijo alguna vez que nuestra sociedad se encuentra a una sola generación de la barbarie. No lo dijo por agorero ni catastrofista. Tan solo quería advertir de la importancia de la educación en los más jóvenes y de cómo el descuido en su formación como personas podría derivar en consecuencias muy desastrosas para toda la comunidad. No sé si alguna vez se llegará a tener consciencia de haber alcanzado una especie de punto sin retorno o si tal cosa es posible. Habrá quien diga que siempre fue así, que en todas las épocas los mayores se han quejado de la falta de valores, respeto, educación (etc) de los más jóvenes. Y es cierto. Hay constancia de tales quejas desde que se garabatea en pergaminos, papiros o tablillas de arcilla. Solo que habrá que hacer algún tipo de diagnóstico de los tiempos en que le toca vivir a cada cual, por más complejo que esto sea.

Un diagnóstico de una situación tendrá algo que ver con un análisis de la siembra que se haya hecho. Y este será el punto. Por desgracia, como cantaba Iván Ferreiro con Los Piratas, el equilibrio es imposible, o al menos lo parece. Y el péndulo va de lado a lado pasando a velocidad máxima por el punto de equilibrio, ese lugar en el que debería permanecer más a menudo. Así, se pasa del "la letra con sangre entra" y otras salvajadas por el estilo al panorama opuesto, donde no se permite a los chavales ni la más mínima frustración, ni el menor chasco en sus deseos inmediatos. Y se están perdiendo esto como una forma más de aprendizaje.
En 1995, Daniel Goleman ya dejó escrito en su Inteligencia emocional, refiriéndose al control de los impulsos (página 146, en la edición de ed. Kairós):

Tal vez no haya habilidad psicológica más esencial que la de resistir al impulso. Ese es el fundamento mismo de cualquier autocontrol emocional, puesto que toda emoción, por su misma naturaleza, implica un impulso para actuar (recordemos que el mismo significado etimológico de la palabra emoción, es del de «mover»). Es muy posible -aunque tal interpretación pueda parecer por ahora meramente especulativa- que la capacidad de resistir al impulso, la capacidad de reprimir el movimiento incipiente, se traduzca, al nivel de función cerebral, en una inhibición de las señales límbicas que se dirigen al córtex motor.

En cualquier caso, Walter Mischel llevó a cabo, en la década de los sesenta, una investigación con preescolares de cuatro años de edad -a quienes se les planteaba la cuestión con la que iniciábamos esta sección- que ha terminado demostrando la extraordinaria importancia de la capacidad de refrenar las emociones y demorar los impulsos.

Y sigue hablando de las consecuencias futuras que para esos niños tuvo el saber o no saber demorar la gratificación en la búsqueda de sus objetivos.
No se me escapa que esta disposición a demorar la gratificación está muy alejada de las consignas habituales en la sociedad occidental: consigue ya, no esperes más, tómalo, hazte con esto ya, mejor es pedir perdón después que pedir permiso ahora, y otras por el estilo. El peso del ahora por encima de las consecuencias futuras, el carpe diem mal entendido, sacrificio de pasado, presente y futuro en el altar del placer inmediato.

Estos días pensaba en la avalancha de noticias que, a propósito de casos de abusos de todo tipo, están llenando los periódicos últimamente. Y luego están, además, los que existen y no llegan a hacerse públicos. Es de verdad sangrante: Abusos en los colegios, de alumnos contra otros alumnos, en una réplica de las leyes de la selva, la ley del más fuerte. Abusos de hombres contra mujeres, en la misma línea del mismo rancio machismo de toda la vida, solo que por fin se ha dicho ¡basta ya! Abusos de gobernantes, de poderosos. Abusos de quien cree que para sí mismo no cuenta ningún deber y sí todos los derechos que luego niega a los demás.
Pensaba, decía, en que es difícil explicarse que entre las nuevas generaciones haya una multitud que esté subida en el vagón de los abusones de toda la vida, los matones de turno. ¿Cómo es posible que después de educar en contra del abuso, de visibilizar los casos, de que existan más leyes que lo penalicen, después de formar a estas tiernas mentes en la empatía, después de todo esto, sigan repitiendo comportamientos trogloditas?
Me parece que no se pueden dar consignas en dos direcciones opuestas y que se obtenga un buen resultado. Ahí se comete un gran error. No se puede enseñar que los chavales hagan "su santa voluntad" y que se dejen guiar por los dictados de su corazón, por sus propios impulsos (como tantas veces se repite desde la propaganda hollywoodiense y desde la publicidad consumista) y después esperar que sean personas capaces de refrenar esos mismos impulsos cuando son perjudiciales para otros. No se pueden repetir en nombre de una mal entendida "libertad" eslóganes propios de abusones y luego pretender una sociedad que camine hacia el respeto, la tolerancia y la buena convivencia. Esa libertad es un mantel que se deja sobre la hierba en un picnic pero después acaba lleno de hormigas que lo devoran todo.
Estos meses asistimos también al esperpento de una turba que pretende que los deseos del "pueblo" están por encima de las leyes, extendiendo el comportamiento abusivo a toda la sociedad y pretendiendo revestir de un barniz de democracia lo que no es más que otra forma de no saber demorar las gratificaciones. Si se infringen las leyes en un Estado de Derecho, ¿dónde se pondrá el límite de las infracciones? Es jugar a un juego muy peligroso.

No sé dónde puede estar la solución a todo esto. No sé cómo se puede lograr que las personas busquen relaciones más llenas de empatía y simpatía, que procuren el bienestar de los demás, lejos del clima de abuso que tanto está asfixiando a demasiados en los últimos tiempos.
Lo que sí sé es que hay una ley ineluctable de la naturaleza que también se aplica a este caso: tal es la siembra, tal será la cosecha.


0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Copyright © 2010 hic sunt dracones, All rights reserved
Design by DZignine. Powered by Blogger