miedo

/ 12 sept 2017 /
Who's gonna drive you home tonight?
(The Cars, "Drive", 1984)

Me dijeron que no tuviera miedo. Pero.
Podrían haberme dicho que creciera diez centímetros más o que cambiara el color de mis ojos al azul o que nunca pillara un constipado. Y les habría hecho el mismo caso.

Mi vida: un salto paracaidista. Y me toca esto a mí, que detesto estar colgado en las alturas, que detesto los baños de adrenalina y las emociones que hincan sus garras en las entrañas.
Ya tuve miedo en el momento de inicio del salto. Un nudo en los intestinos. El lazo asfixiante de las cosas graves y asombrosas que no aprendí, el de las que siempre me han superado, los imposibles, los improbables, las inseguridades. Los sueños calcinados, los amores malogrados, las oportunidades efímeras y los instantes escondidos. En el mismo momento de sentir la caída aprendí lo que es el vértigo. Desplome sin red. El miedo comenzó al tratar de pisar en el aire y no hacer pie.
Prosiguió el pánico durante la caída. Una lluvia en tromba. He reprimido gritos que solo aullé en mi mente. He intentado dar pausa a un descenso demasiado apresurado. Y el terror se descontroló por completo cuando noté que no llevaba paracaídas. Nunca existió tal paracaídas. El final del salto, su última consecuencia, significa reventar contra el suelo.

Mientras me hundo en el cielo, ahogándome en su aire, pienso si con el choque me desvaneceré o si conseguiré atravesar más allá de esa tierra que tan sólida imagino desde aquí. Cualquier cosa es posible. Pero sigo teniendo miedo.
Todavía suspendido en el vacío, puedo anticipar ya la visión de mi cuerpo estrellado contra el suelo.

Estrellado. Qué bonito. Igual que el límpido cielo nocturno.


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