superluna

/ 14 nov 2016 /
Salía a la calle después de mis quehaceres en esta tarde ya anochecida (ay, el otoño avanzado) y cerca de un parque, con todo el cielo nocturno despejado y extendido para la ocasión, miré y vi la luna tan anunciada y tan publicitada. Lo reconozco, me impresionó. Aunque siempre me impresiona la luna llena.
Allí estaba ella, como un faro, tiñendo de plata todo a su alrededor. Su permanente rostro triste, su palidez y su serenidad. Intentando crear una atmósfera apacible entre los ruidos del mundo.

Pensé en lo que había leído sobre el tamaño que mostraría hoy. Que en realidad se iba a ver un poco más grande aunque apenas fuera perceptible la diferencia con otras noches de luna llena y todas esas cosas.
Creo que la vi mayor porque esperaba verla mayor. Por la ilusión.
Pensé en noches de luna llena, muchos años atrás, en la libertad de los veranos del pueblo. Fascinado con su brillo níveo. Pensé en que todavía me quedaban muchas hebras de ilusiones y de ingenuidad para tejer un tapiz de asombro con el brillo de un satélite lejano. Pensé que en aquellas noches también me parecía que la luna era enorme, gigantesca.
Y entonces pensé que quizás no haya sido nunca el tamaño de la luna, sino el de mis ojos.
Como en esta noche.



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